Había sido una de las brañas más prósperas de las muchas que salpican el paisaje entre los municipios de Tineo y Valdés. Hoy sólo cuenta con cuatro vecinos. En una de sus casas vive un matrimonio, ya mayor, sin más objetivo que ir consumiendo etapas.

El hombre, de abundante pelo cano y escaso de carnes, mantiene cierta actividad, dedicándose a faenas propias de una casa que siempre había sido de labranza. Pasa las horas sintonizando el transistor y, con puntualidad suiza, acude al sofá para seguir atentamente el Parte de TVE. Ella se ocupa de las tareas domésticas. Era extremada en la limpieza y mantenía la casa sin mácula. También era esmerada en la cocina, sus guisos tenían fama y se decía que el «gochu» que criaban era un señorito, pues comía a la carta.

En la monotonía de la rutina vivía esta pareja hasta hace dos meses. Su hijo, su único hijo, regresó al cobijo paterno, y le acompañaron su esposa y su hija de 4 años. A él, como tantos otros, el paro le engulló.

La madre vive ahora en una permanente confusión. Se siente dichosa por ver cada día a su hijo del alma y al retoño que todo lo revuelve, pero vive con una zozobra que le ahoga, al verse incapaz de aliviar la desazón de los seres que más quiere.

El padre está más desesperado. Desea fervientemente, antes de irse de este mundo, poder acercarse al ministro De Guindos y cogerlo por el cuello, como lo hizo su colega Juncker, y preguntarle como regentaría él su casa con 569 euros. Y si la ventura le hiciese coincidir con Cascos, espetarle a la cara lo poco que le importó gastarse una millonada en unas caprichosas elecciones. Los que no se escaparán a su cabreo son los alcaldes de Valdés y de Tineo.

Lo más triste de esta narración es que es verdadera.