Luarca (Valdés), A. M. SERRANO

El ruido artificial que el ser humano genera en el mar hace peligrar el futuro de especies como los cefalópodos. Así lo cree la investigadora del Laboratorio de Aplicaciones Científicas (LAB) de la Universidad Politécnica de Cataluña Marta Solé, que mostró ayer en las I Jornadas «Ciencia y gastronomía» de Luarca los datos de una investigación que se presentó el pasado junio y que tiene su origen en Asturias.

Entre los años 2001 y 2003 se produjeron varios varamientos de calamares gigantes en la costa asturiana (caladero de Carrandi) debido, según creen en el LAB, a la proximidad de barcos que hacían prospecciones geofísicas con cañones de aire comprimido. Sometiendo a un sonido igual, en condiciones similares y en laboratorio, a los cefalópodos (sepia, pulpo y dos tipos de calamares) se puede observar que los individuos «presentan lesiones celulares».

El «gran ruido» de las prospecciones marinas (con la intención de extraer recursos como petróleo) «o cualquier barco» hace que estos animales se atrofien. Si se les somete a sesiones acústicas de entre 50 y 400 hercios durante dos horas, se acaban dañando sus tejidos (como ha demostrado Marta Solé) y, en última instancia, «están menos atentos a sus depredadores, que los pueden capturar con más facilidad». Es decir, de no poner solución, «cada vez habrá menos pulpos y calamares». «El problema es que no existe legislación al respecto», añade Solé; y mientras se toma conciencia de este problema y se regula, «ellos (por los cefalópodos) no se pueden escapar del mar».

El medio marino es muy grande, pero no lo suficiente como para que especies como los cefalópodos no oigan lo que sucede (no tienen el oído de los mamíferos, pero sí un sistema de equilibrio, de «captación de sonido»). «Con este sistema dañado nadan peor porque no se saben colocar con respecto a la gravedad. Son más débiles», indica Solé. En síntesis, interactúan con más dificultades en su medio.

La falta de sensibilidad hacia este tema ha suscitado en el LAB una intensa curiosidad. El laboratorio catalán ha abierto varias investigaciones. Desde hace cuatro años, Solé estudia cómo afecta el ruido marino a los cefalópodos. Y ya se ha estudiado en los cetáceos, que se desorientan porque el intenso ruido hace que la comunicación entre sus iguales se vea interrumpida. Para el ser humano, esta contaminación acústica sería insoportable, «como si un barco te pasara por encima».

Luarca celebra hasta hoy las primeras jornadas gastronómicas dedicadas a los cefalópodos, que se organizan en el marco de las jornadas científicas sobre este especie. Veinticinco establecimientos hosteleros se han sumado a la jornadas y ofrecen tapas temáticas (1,5 euros) y menús (12 euros). En la imagen, Ernesto García degusta calamares en su tinta.