Villapedre (Navia)

Este año hará ochenta que Enrique Gavilán nació en el pueblo naviego de El Vidural. Heredó de su padre y éste de su abuelo la pasión por el negocio y desde niño dio muestras de buen comerciante. Por eso, a lo largo de la vida, no le faltaron profesiones y aventuras: desde vendedor de jamón y hostelero a criador de cerdos, conductor de ambulancia o agente de funerarias. «Había que matar el tiempo en algo», bromea desde su casa de Villapedre, donde hoy cultiva una enorme afición a los puzzles.

Gavilán tuvo oportunidad de cursar estudios universitarios y, tras intentarlo con Veterinaria y Medicina, finalmente concluyó la carrera de Magisterio. Salvo una breve etapa en la que instaló en Villapedre una pequeña academia, no ejerció de profesor, ya que siempre le tiró más el negocio. El primero fue el de jamonero. Compraba jamones en los pueblos de la contornada y luego los salaba y preparaba en el bajo de su casa de Villapedre.

En los años buenos llegó a comercializar 400 jamones al año que vendía a proveedores del centro y a particulares. «Había buen jamón en la zona, no eran grandes pero sí buenos. Solían pesar entre 10 y 12 kilos», precisa. Los adquiría a familias por precios que rondaban las ochenta pesetas el kilo, cien pesetas en los mejores casos. Él mismo se desplazaba a las casas de la zona a tratar la compra y recoger el producto tras la matanza del cerdo, allá por los meses de noviembre o diciembre. Aunque con los años dejó el comercio de jamón, no se desvinculó del todo de la ganadería porcina, ya que años después instaló una granja de cerdos. Llegó a alcanzar las 40 cabezas, que comerciaba con mataderos, cárnicas y particulares.

Junto a su mujer, la valdesana Elvira García, también puso en marcha una pensión en su casa de Villapedre (ubicada en los primeros tiempos en el edificio donde hoy está el bar Veracruz). Regentaron pensión y casa de comidas, llegando incluso a dar banquetes de bodas. No obstante, el negocio estaba especialmente orientado a dar alojamiento a los turistas que visitaban la zona.

En el año 1968 sumó un nuevo negocio a su cartera, ya que sacó la licencia de taxi y comenzó a trabajar por la zona. Su primer vehículo fue un Renault Ondine que había adquirido tres años antes. Los desplazamientos a Oviedo para acudir al médico y a Madrid para buscar veraneantes eran sus principales servicios.

Pero si hubo un vehículo que marcó su vida fue la ambulancia. «Con esta señora tuve yo un hijo», le espetó hace poco a un vecino, que tardó en comprender la broma del naviego. Y es que la profesión que más marcó su vida fue la de conductor de ambulancia, en la que se inició en la década de los setenta del pasado siglo. El hospital de Jarrio no era entonces más que un sueño imposible y los vecinos del noroccidente debían desplazarse a Oviedo, por una angosta y maltrecha vía, para recibir atención hospitalaria.

El largo viaje era un castigo para los enfermos más graves y especialmente para las parturientas. Muchas no lograban alcanzar su meta y los bebés nacían por el camino. A Gavilán le tocó presenciar unos cuantos partos. «Me nacían por el camino, me acuerdo de uno cerca de Salas y otro que nació casi llegando a Oviedo. Me tocarían cuatro o cinco», relata. Aprendió incluso a cortar el cordón umbilical para practicar la primera atención a la madre. El naviego tenía nociones de primeros auxilios, ya que de joven prestó el servicio militar en el botiquín del Regimiento de Infantería Milán número 3. «Hice el curso de sanitario en Valladolid y luego estuve poniendo inyecciones y curando heridas todo el tiempo que duró la instrucción», precisa.

Aunque las carreteras no permitían entonces grandes velocidades, apuraba lo posible para llegar a tiempo al hospital. «Las curvas las cortaba todas, iba a todo lo que daba el coche. Un día bajando Cabruñana di la curva y me salió la tarjeta de transporte volando por la ventanilla, mira como iría», bromea. En los primeros años el conductor de ambulancia viajaba solo, sin más compañía que el enfermo y si acaso un familiar. Así que a Gavilán le tocaba tirar de imaginación y flema para resolver algunos casos complicados.

Su radio de acción eran los concejos de Tapia, El Franco, Coaña, Navia y Villayón. «Me conocía de memoria todos los mojones de las carreteras», relata. Era un trabajo duro y esclavo, pues exigía estar 24 horas pendiente del teléfono y todo el día en la carretera. «Me acuerdo un día que hice tres viajes a Oviedo seguidos». Entre ida y vuelta el viaje a Oviedo desde Navia le llevaba alrededor de cuatro horas.

Cuando empezó con la ambulancia también comenzó a trabajar a comisión con empresas funerarias. Primero con Funerarias Iglesias de La Caridad, después con La Antigua de Castropol, hasta que se hizo autónomo y puso en marcha Funerarias Gavilán. En el año 1989 su empresa fue una de las cinco que se unieron, al abrigo de la construcción del hospital de Jarrio, para crear Funerarias Occidente, firma que además recibirá este año la XIX Langosta de Oro. Gavilán también formó parte del conglomerado de empresas que crearon la UTE Transinsa, en la que sigue siendo socio.