Barcia (Valdés),

A. SERRANO

Guillermo Fernández Álvarez salía hasta hace poco todos los días de paseo por Barcia, su tierra de acogida desde que se casó, hasta que cayó. «Cogió miedo», dice una de sus hijas, con la que comparte casa. El valdesano acaba de cumplir nada más y nada menos que 101 años con una salud envidiable. Su nieta, Patricia López, dice que lo de su abuelo es genética. «Su padre ya era así de duro», añade risueña. Guillermo trabajó parte de su vida de carpintero. Los años que le tocaron vivir (nació en 1912) fueron muy duros. Recuerda viajar desde Barcia hasta Pola de Allande en bicicleta los domingos. En la capital del concejo allandés esperaba el trabajo de la semana. Tal vez antes, la vida se veía de otra manera. «Él cuenta sus historias muchas veces y las cuenta con mucha gracia, sin sufrimiento», dice su nieta.

Ahora a Guillermo Fernández le cuesta oír, aunque pone todo el entusiasmo en poder hablar tranquilamente con la persona que tiene enfrente. Los médicos no recomiendan tampoco un implante porque con estos años el sentido está ya muy atrofiado. Para hablar con este ya bisabuelo más que centenario de Barcia hay casi que dar voces y hablarle muy cerca. Él habla también alto y recuerda perfectamente su tiempo de joven en la mili y su lucha en el bando republicano durante la Guerra Civil. Cruzó toda España y estuvo tres años sin ver a su entonces novia, que se convertiría más tarde en esposa. «Ella le esperó», dice Patricia López.

Guillermo pasa ahora el día a día sin preocupaciones. Según sus familiares, es una persona «alegre y optimista» que no deja de comer nunca: «Nos sorprende porque siempre tiene apetito». Y está muy acostumbrado a esa vida serena de los pueblos. En Barcia, uno de los enclaves rurales más ricos y cuidados de Valdés, vive muy tranquilo. Su casa está cerca de la iglesia y del prao de la fiesta, donde este año volvió a celebrarse el Carmen. Su familia dice que en su longevidad influye su genética, pero también su ánimo, su pasión por trabajar, su lucha por vivir siempre de la mejor manera posible. «Cuando venía de trabajar construía la casa», explica. «Siempre fue muy activo», añade su nieta. Es decir, tenía la mente ocupada y se preocupaba por avanzar.

Ahora, por las mañanas le duele especialmente la cabeza y como buen paciente que es le ha comentado el mal a su médica. «Pero no es nada, ¿verdad?», le pregunta su hija. Él, asiente. Y nada es, porque acaba de cumplir 101 años rodeado de su familia. La misma que le cuida y le ayuda a llevar lo mejor posible la vejez. Con nueve décadas «todavía sembraba las patatas y el maíz», recuerdan. El abuelo tenía que estar en forma para poder atender la hacienda familiar.

Su obsesión ahora es que le toque la lotería, que juega cada semana para poder repartir el premio con su gran familia. Tiene tres hijos, siete nietos y seis bisnietos. Quizás el secreto de su longevidad sea que ha logrado tener a su familia siempre cerca y unida. A día de hoy, está muy pendiente de los cuidados del mayor de la casa, casi tanto como de los pequeños. Guillermo celebra cada día desayunando rodeado de los suyos y con un apetito que conserva «intacto».