Vegadeo

«Ya pensábais que no llegaba, ¿eh?», dijo entre bromas a su familia la veigueña María Teresa Lastra Acevedo cuando finalizó con éxito su último viaje entre Madrid -donde reside habitualmente- y Vegadeo, su concejo natal, donde sigue pasando los veranos. Y es que, esta primavera Lastra padeció algún que otro problema de salud al que no tiene acostumbrada a su familia. La veigueña es todo un ejemplo pues a sus cien años recién cumplidos mantiene la misma ilusión, vitalidad y buen carácter de siempre. Ayer celebró su centenario recibiendo a LA NUEVA ESPAÑA en la misma casa donde nació el 9 de septiembre de 1913.

Sentada en el salón de su hogar y rodeada por sus familiares narra su relato vital y sentencia: «La vida que he llevado no la cambiaría por nada». Dice no saber el secreto de su longevidad pero a buen seguro está en el optimismo con el que encara la vida: «Lo que tengo es alegría». Aunque las piernas no le responden todo lo que le gustaría, mantiene una mente lúcida que le permite rememorar la vida de hace décadas. «La cabeza la tengo en su sitio», bromea ante los piropos que recibe por su extraordinaria lucidez.

Lastra recuerda una infancia feliz en Vegadeo, donde se crió junto a dos hermanos mayores y sus padres Gumersindo Lastra y María Acevedo. Su familia es una de las de más solera de la villa y su padre era un literato, que ejerció como escritor y periodista. De hecho llegó a fundar un periódico en Puerto Rico.

La casa de Lastra, que hoy se enclava en la calle Álvaro Fernández Suárez, estaba antaño rodeada de campo, donde acostumbraba a jugar con sus amigos. Su primera escuela se la dio una maestra llamada doña Cristina que era, dice, una docente «estupenda». Años después completó su formación en Oviedo, en el antiguo colegio de las Ursulinas. Durante los cuatro años que estuvo internada en el colegio de la capital ovetense tuvo tiempo de aprender piano.

La situación política comenzó a complicarse con el estallido de la revolución del 1934 y ella regresó a Vegadeo, donde permaneció durante los años convulsos de la Guerra Civil. Finalizada la contienda, Lastra contrajo matrimonio con el tapiego Justo Muela. Le conocía porque tenía familia en una casa situada a escasos metros de la suya, en Vegadeo. Así comenzó una historia que terminó en boda en 1940.

Su marido sacó la oposición a radiotelegrafista y durante la mayor parte de su vida laboral trabajó en la empresa Iberia. «Su primer viaje fue a Filipinas con 19 años», añade. Cuenta la veigueña que recién casados emprendieron rumbo a Madrid, donde pensaban establecerse. Aunque el objetivo era disfrutar de unos días de luna de miel una llamada de la compañía aérea cambió las planes de la pareja. «Nos fuimos a un hotel y allí lo localizaron a las tres de la mañana. Había mucho viento y lluvia aquella noche», relata la centenaria. Su esposo debía realizar un viaje entre Madrid y Canarias y Lastra le acompañó en lo que se convirtió en su primer viaje en avión, reto que superó sin ningún problema. Por suerte tuvieron tiempo de disfrutar de algún tiempo de asueto en las islas.

Su marido realizaba viajes nacionales e internacionales y por eso Lastra se pasaba días sola en Madrid, una ciudad que le gustó desde el primer momento. Se establecieron en la calle Lista, la actual Ortega y Gasset, donde siguen residiendo. Allí crió a sus cuatro hijos. Hoy cuenta con una amplia familia pues suma diez nietos y siete biznietos.

A finales de la década de los cuarenta Lastra comenzó a regresar a casa durante la temporada estival. De junio a septiembre la familia hacía las maletas y se trasladaba a Reinante, en la costa lucense, pues los niños querían disfrutar de la playa. Por aquel entonces se convirtieron en una de las primeras familias de turistas que se acercaron a las costas de la comarca.

Y así fue pasando la vida. Una vida alimentada por una gran inquietud lectora que, dice su familia, le ha ayudado a tener una mente abierta. También es una apasionada del deporte y no se pierde ni los partidos de fútbol, ni el tenis o la Fórmula 1. «Le interesa todo», dice su nuera al tiempo que la defiende como «la mejor persona del mundo». En pocos días retomará el viaje de vuelta a Madrid. Un trayecto que hará en coche y contenta porque, dice, le gusta mucho admirar el paisaje. Se lleva a la capital el recuerdo de la sorpresa que su familia le preparó el domingo para celebrar por todo lo alto sus 100 años de vida. «Menudo festín me hicieron», cuenta la homenajeada.

Además de reunir a sus amigos y familiares tuvo la visita del coro de Boal, que cantó para ella algunas piezas como el Asturias Patria Querida. En su familia ya hacen planes para su 101 cumpleaños, mientras ella recuerda que no es la única centenaria de la saga familiar ya que una tía de su madre falleció a los 104 años. Desde luego vitalidad le sobra para batir el récord familiar.