Pasan los años, y tal parece como si el tiempo se hubiese detenido en nuestro pueblo. Hace una media docena de años el entonces concejal de Obras y hoy alcalde tapiego, el bachiller a trancas y barrancas Enrique Revilla, sacó de la chistera y anunció a bombo y platillo un proyecto de construcción de tropecientas mil viviendas en el pueblo de Serantes -precisamente, su lugar de residencia y cambalaches urbanísticos-. Una propuesta más que sospechosa y que no pasó de ser una tolura añadida al currículum de este desgobernante tapiego.

Por la misma época, el tal Revilla sugirió la conveniencia de construir un parking subterráneo en el centro histórico de la villa, en el Campo Grande (frente a Casa de Villamea, para entendernos). Dicha tolura, claro, tampoco pasó de eso.

Por si fuera poco, el citado Campo Grande, otrora el único espacio ajardinado del centro del pueblo, fue destruido a cambio de una plaza pública peatonal. ¿Peatonal? Pues tampoco.

En dicha plaza no sólo se autoriza el aparcamiento en su espacio completo, sino que se permite la circulación de vehículos, otro riesgo añadido para los peatones, en un nuevo acto de vulneración de las normas de circulación que el Ayuntamiento sigue permitiendo.

Hace muchos años que Tapia precisa un plan de ordenación del tráfico, un ejercicio, la conducción, que en nuestro pueblo se convierte en un caos y un peligro constante debido a la torpeza municipal de permitir el doble sentido en calles que apenas tienen la anchura precisa para uno sólo y en donde además, y para más inri, se permite el aparcamiento.

Mientras tanto, pasear por el puerto, el lugar más visitado por tapiegos y turistas, sigue siendo, un lustro tras otro, un ejercicio de alto riesgo debido al consentimiento de circulación de automovilistas que exhiben su vagancia sorteando niños, mayores, terrazas hosteleras etcétera, sin otra justificación que dar un paseín en coche hasta la punta del muelle o, simplemente, exhibirse. Todo ello, claro, pasándose por el forro las señales de tráfico que prohiben la circulación portuaria a personas ajenas a las labores pesqueras.

Hace un mes que el alcalde Revilla anunció la reordenación del tráfico, con calles de un solo sentido, así como la imposición de multas para los transgresores automovilistas porteños. Nada de ello se ha llevado a efecto. Ni tarde, ni nunca, todo pendiente, y como si dicha reordenación precisara de dinero del Fondo Monetario Internacional, y no, simplemente, de un poco de racionalidad y sentido común. De limpieza y contenedores apestando, mejor no hablamos.

Todo pendiente, como el adecuado suministro de luz que, cada verano, soporta repetitivos apagones; tan pendiente como la mejoría en el servicio del agua que, igualmente, cada estío, se salda con un síndrome gastroenterítico de alcance masivo y que nos obliga a un consumo embotellado. Por si fuera poco, la cuota trimestral del agua en Tapia es más cara que en el Sahara; el Anguileiro (el río que desemboca en la playa, este año sin bandera azul, sigue sin sanear), eso sí, con un supuesto servicio de agua a cargo de la empresa Aquagest, investigada por corrupción, y con la añadida casualidad de que la señora esposa (estudios primarios), del alcalde Revilla, es, desde hace 23 años, la directora de la oficina de Aquagest en Tapia.

Igualmente pendiente está la prohibición del botellón que, desde hace años, tiene lugar como una liturgia, todos los viernes de noche y hasta la madrugada, en la mismísima plaza del Ayuntamiento, debajo de los soportales del propio edificio consistorial. Todo ello, claro, vulnerando la ley consiguiente y, por supuesto, en perjuicio de la hostelería tapiega que cumple religiosamente todo el año con los altos impuestos derivados de su labor.

Por todo esto y mucho más, no estaría mal que el equipo de gobierno municipal de Tapia de Casariego depusiera su vagancia, y hasta su extravagancia, se enfundara el traje de faena y empezara a trabajar de una vez. Nunca es tarde.