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El Pito guarda a la maestra del cariño

Maruja Noriega, de 83 años, tiene los mejores recuerdos de una etapa de las Escuelas Selgas que considera irrepetible porque "éramos como una familia"

Maruja Noriega, en su casa de El Pito. A. M. SERRANO

Si se caía un niño en el patio del colegio llamaban rápidamente a doña Maruja, y si a alguno se le caía un diente, también. La profesora que durante treinta años dio clase a numerosas generaciones de alumnos de las antiguas Escuelas Selgas de Cudillero vive en El Pito y es de Villacondide (Coaña). Maruja Noriega, hoy con 83 años, procede de una familia de profesores, pues tanto uno de sus abuelos como sus dos padres se dedicaban a enseñar. Pronto descubrió esta vocación, que durante toda su infancia y adolescencia fue una influencia. Ahora "que han pasado tantos años" echa la vista atrás para analizar por qué los exalumnos se han quedado con su cara, su cariño y su bondad. "No hay secreto: si das cariño, recibes cariño", dice, con una sonrisa, en su casa de El Pito, la que construyó hace unos años junto a su madre, muy cerca de las Escuelas Selgas, cuando sus dos hijos "dejaron de gastar en estudios".

Doña Maruja, como se la conoce en la parroquia cudillerense de Piñera, es hoy una vecina más de El Pito, el lugar en el que quiso asentarse. Las escuelas, sus compañeros de trabajo y sus alumnos tuvieron mucho que ver con esa decisión. "Me siento a gusto aquí, me siento querida y respetada", comenta.

La pasada semana, el pueblo le rindió un homenaje: el camino que va a su casa lleva su nombre. Ella está emocionada, pero dice que no le gusta ser protagonista. "Soy una mujer muy sencilla", insiste. Por este acto y por el encuentro de exalumnos y exprofesores al que acudió el pasado verano, los momentos vividos en las escuelas durante décadas de enseñanza (entre 1962 y 1992) vuelven ahora con más fuerza a su mente. Tiene presentes muchas caras de aquellas aulas que tanto influyeron en su vida. "Llegué a tener aulas con 40 niños". Pero con valentía y mucho trabajo "supe salir adelante", precisa. "Era una tarea complicada, a la que te tenías que dedicar concienzudamente, pero me gustaba porque siempre éramos como una familia". Ahora, opina, la educación ha cambiado. En las Escuelas Selgas "éramos una gran familia". Cuando, con 30 años, Maruja Noriega pisó por primera vez aquel centro ya vio algo especial. Efectivamente, lo tenía. Había dado clase en una escuela nacional de Ciaño, pero en El Pito se respiraba otro ambiente. Tal vez porque la actividad de aquel centro (que con su incorporación y la de otros tres profesores pasaba a ser del Estado), antes había sido sufragada por la familia Selgas, de gran influencia económica y oriunda de Cudillero.

"Los niños estaban agradecidos por poder ir a la clase, eran cariñosos y el ambiente de trabajo, excepcional", explica. A las nueve de la mañana empezaban las clases. Maruja Noriega no llegaba a casa hasta las cinco de la tarde. Comía en el centro escolar, junto a otros profesores, y tenía siempre tiempo para atender problemas de los alumnos que nada tenían que ver con lo académico. "Si pasaba algo, venían a mí", comenta. Dicen de ella que lo mejor que supo dar a aquellos alumnos de párvulos fue cariño. "Creo que es mi mejor lección", indica. Sigue llamando a todos sus exalumnos "mis niños". Este verano se encontró con algunos a los que hacía 50 años que no veía. "Nunca te los imaginas con responsabilidades y adultos (ríe); son casi como hijos".

En su casa cuelgan los diplomas con honores a su trayectoria y no faltan los trabajos y dedicatorias de los alumnos de las Escuelas Selgas, hechos cuando se jubiló. "Para Doña Maruja, con cariño", rezan casi todos.

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