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Clave de sol

Otra versión de la Revolución del 34 en Oviedo

Los insurrectos no fueron "aplastados", sino vencidos por el Ejército republicano

A la espera, infructuosa, de que alguien más autorizado que el escribidor firmante replicara a ciertas versiones sobre la Revolución y la Guerra Civil en Asturias, no quisiera omitir una serena pero justa reflexión sobre los aspectos más vulnerables del trabajo a que aludo. Si la pasión quita conocimiento, la ideología tampoco parece una metodología seria para hacer historia, modificando el pasado a gusto del consumidor. Y éste es el caso que entiendo nos ocupa. Me refiero a las páginas publicadas aquí mismo por Javier Rodríguez Muñoz, responsable eficaz hasta hace poco del Club Prensa Asturiana de nuestro periódico, tarea que llevó a cabo con acierto durante varios años, a quien manifiesto de entrada todo mi respeto personal.

La afirmación de que los militares (al servicio de la República, no se olvide) "actuaron en Asturias como si estuvieran en el extranjero" (?) y dejar caer la sospecha de que la Revolución del 34 fue provocada por el Gobierno para aplastarla después, como ensayo general con todo sobre la Guerra Civil, no pasa de ser una atribución de intenciones sin el respaldo de un alegato probatorio.

Llama la atención el reiterado intento de atribuir a las fuerzas gubernamentales -"casi con total seguridad" (sic)- el incendio de la Universidad, que en realidad fue provocado por los propios revolucionarios en su retirada como es admitido por la crítica histórica, los partes de guerra y las evidentes imágenes de época, y que destruyó el histórico recinto con sus aulas, laboratorios, las valiosísimas obras de arte, la biblioteca?

Los revolucionarios de 1934 no fueron "aplastados", sino vencidos por la legalidad republicana encargada de mantener el orden, pero sostuvieron la posibilidad de una futura revancha, con sus arsenales ocultos. Ocasión que llegaría con su inmediato alineamiento, entonces sí, con el Gobierno de la República contra el que se alzaba el Ejército de África. Dicho sea todo esto sin desconocer las graves carencias sociales de la época.

Las valoraciones de los métodos gubernamentales (insisto: republicanos) para sofocar la intentona insurreccional de Octubre del 34, motejados en el escrito de referencia como indiscriminados, destructivos, crueles e inhumanos, no parecen considerar quiénes dieron lugar a los hechos, no precisamente de guante blanco, cuáles eran los deberes del Gobierno ante la insurrección armada y la proporcionalidad de la respuesta, no sin excesos, ante los desastres causados.

Con un balance aterrador, por cierto, que hace superflua la afirmación de que "el apaciguamiento (sic) de la insurrección asturiana pudo abordarse de otra manera"? ¿Cuál?

Sea dicho todo, repito, con muchísimo respeto a Javier Rodríguez, erudito de indudables inquietudes culturales, a quien deseo muchos aciertos en su nueva singladura personal.

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