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Sol y sombra

La pitada del himno

Lo peor no son ya los abucheos, sino las reacciones

Las reacciones a la pitada del himno en la final de la Copa del Rey de fútbol no han hecho más que confirmar la zozobra mental en que está sumido desde hace un tiempo el país. Dado lo que sabemos, la pitada, en sí misma, no significa otra cosa que un gesto reiterado de mala educación que año tras año se amplifica, en parte por la inanidad con que se observan las ofensas a los símbolos nacionales.

Están los que piensan que hay que actuar con contundencia, suspender el partido o dar por perdedor al equipo cuya afición se muestre insultante. Estos mismos, a su vez, se declaran, por lo general, partidarios de penalizar la pitada, algo que el Gobierno está tentado a hacer. Por contra, otros, los defensores de los abucheos, mantienen que son la consecuencia del derecho fundamental de libertad de expresión. En medio de todos ellos, algunos abogan por medidas algo extravagantes para evitar que la situación se siga repitiendo, como que suenen los himnos autonómicos junto a la Marcha Real o que luzcan otras banderas al lado de la española. No serviría de nada. Ni un pupurrí bien preparado podría contra el odio, la antipatía y las ganas de reivindicarse de tanto exhibicionista maleducado que se refugia en la impunidad borreguil.

La verdad es que no sé si este asunto requiere la importancia que se le está dando. Lo peor no es la pitada, ni siquiera la falta de respeto que los españoles se tienen entre sí; un síntoma más preocupante del estado de las cosas es la catarata de reacciones que motiva año tras año este enojoso asunto. Por ejemplo, cuando Xavi Hernández, futbolista que hasta ayer se enfundaba la camiseta nacional dice que lo que hay que hacer es preguntarse a qué responden los pitidos. Por lo que se ve, él no lo ha hecho.

La pitada al himno en la final de la Copa del Rey es un clásico. Dentro de poco formará parte con otras anomalías patrias del acervo nacional de la estupidez porque España es diferente.

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