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Sajalín, Chéjov y un delfín raro

El dramaturgo que inventó el nuevo periodismo

La manía de esconder a los presos es cosa larga. Los británicos no sabían qué hacer con Australia e inventaron un penal. A los rusos les pasó igual y, antes de los gulags, se deshicieron de los disidentes conduciéndolos a todos a la isla de Sajalín, que está en casa Dios. Claro, desde el punto de vista de los políticos moscovitas. A los del otro lado del mundo les parecía que estaba ahí cerca. Fijo. Los zares más rancios abrieron los penales más fríos del mundo. Y allá se fue Anton Chéjov. Tardó tres meses en llegar. Que si una diligencia, que si un tren, que si un barco. Un lío. El dramaturgo del teatro del arte escribió su aventura en "Isla de Sajalín", que es un reportaje de un periodista fantástico, aunque, en realidad iba a ser un tratado científico de análisis del hombre, la represión y el frío. Le salió, sin embargo, el primer ejemplo de nuevo periodismo, antes siquiera de que hubiera periodismo y de que este fuera bueno. Novela de no ficción, si se quiere. Un médico con garbo y talento cuenta quiénes son los que vivían tan lejos, allá por el mar de Ojotsk. Y los que allí vivían se lo cuentan y lo que escribe es leña revolucionaria. Fuera los zares. Pocas veces un relato puede cambiar el mundo. Después de la visita de Chéjov, hubo una guerra que perdieron los rusos; Sajalín se dividió en dos. Los japoneses se quedaron con el sur, hasta que hubo una segunda guerra. Los soviéticos deportaron a los japoneses, pero ahora son los más queridos. Como el delfín con pico que apareció el otro día. Un monstruo de cuento.

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