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Conexión emocional

A lo que llevan las nuevas formas de comunicación

Aislados no nos bastamos, de ahí que siempre procuramos estrechar vínculos con los que nos rodean compartiendo con ellos -a veces sin pretenderlo- mucho más de lo que imaginamos. En la tintorería, por ejemplo, te percatas de que vestimos muy similar: la apariencia siempre colgada de la percha, impoluta y al margen de estados emocionales. En la trastienda de estos negocios se halla el envoltorio de la vida pasado por la máquina, sin una sola mancha, esperando a que llegue la verdad desnuda de cada uno a recogerlo.

Todos conocemos a ciudadanos de nuestro entorno que tienen un sexto sentido para captar al personaje que guardamos bajo la indumentaria. Una cualidad innata -muy útil para la vida cotidiana- y que es de fondo de armario en los manuales de inteligencia emocional. Son el tipo de gente que "entiende de gente", a la que le reconocemos pocas equivocaciones haciendo radiografías del prójimo. Ahora, sin embargo, con las nuevas formas de comunicación, estos expertos en mirar a los ojos se sienten desconcertados. Y es que en la revolución virtual todos somos aprendices.

Como todo mortal que se precie, estoy vinculado a unos cuantos grupos de Whatsapp. Les reconozco su alcance comunicativo e instantaneidad, pero también su monotonía al mimetizar opiniones o clonar ocurrencias ajenas a base de compartir ficheros. Nos reímos con el dedo al seleccionar el muñeco en el menú, mientras permanecen inalterables nuestros músculos de la cara. Quizás se puedan sintetizar la palabra y el lenguaje gestual detrás de un emoticono, pero me resisto a creer que con ello reforcemos una relación social.

El relato contemporáneo de las actividades humanas está inundado de tics que relegan a los distintivos de la personalidad. Prima lo dinámico sobre lo consistente. El imperio de la simplificación. Una vida paralela a la que le exigimos poco más que visibilidad electrónica y que, sin embargo, nos provoca grandes dosis de ansiedad. Transmitir sentimientos, escuchar impresiones y descubrir pensamientos a través de caricaturas está más cerca del desamparo que de la conexión emocional.

Los psicólogos aseguran que en esto de impostar mensajes por internet hay mucho de adicción patológica y de "postureo" social, un automatismo que nos hace estar ausentes en presencia de gente. Nos seguimos buscando, pero a través de las redes resulta un tanto sospechosa esa "sociabilidad". Es como si nos necesitáramos de otra forma, preservando aún más la individualidad.

Un tendero muy querido por mí vendía hace años jamón a los clientes como si de un coche se tratase. Mientras les daba a probar una loncha, pormenorizaba la historia del producto. En aquellas tiendas de ultramarinos -de las que sobreviven unas pocas como delicatessen- te sentías importante haciendo la compra. Hoy, las prisas hacen llegar a casa el ibérico impecable a través de la web. La globalización que viene envuelta al vacío nos priva de la charla y de la calidez del paisano. Comprador y vendedor van camino de convertirse en personajes de ficción.

La potencia de la imagen está sobrepasando nuestra humanidad. ¿Nos arrepentiremos algún día de no dejar las cosas como están? ¡Quién sabe si la felicidad tendrá en el futuro su aplicación táctil, invitándonos a pulsar mientras estamos en el bar!

Sin embargo, hay que reconocer que encontrarse más allá de las fronteras espaciales es un privilegio. Adelante, pues, con los mercados de la innovación y la nueva economía.... pero sea también bienvenida un poco de conversación cara a cara, con el tiempo comprado para sentirnos vivos, mirarnos, dialogar y argumentar. Para poder transpirar y seguir visitando el tinte.

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