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Lágrimas de impotencia

El drama mil veces repetido de los refugiados sirios

Sólo lágrimas; sin sonrisas, lagrimas de impotencia y de dolor. Las lágrimas pueden ser provocadas sentimiento de afecto o por dolor e impotencia, desgraciadamente, estas últimas, son las más frecuentes al sentirnos impotentes frente a la tragedia, cuando vemos que somos incapaces de dar solución a los más elementales de los problemas; cuando nos damos cuenta de que hemos depositado la confianza en personajes -la mayoría de las veces, de una gran mediocridad- que se revisten de un "poder divino", y que lo único que les interesa es el resultado electoral para mantener caliente su poltrona, y cuando aparecen los problemas, procuran pasárselos los unos a los otros, en medio de descalificaciones, a la vez que dan "palos de ciego", pero aguantando el tipo, nada de dimisiones, y mientras tanto, media humanidad se desangra de angustia, de dolor y de hambre, bajo una única responsabilidad; la injusticia, porque somos injustos entre nosotros y luego, cuando ya es tarde, nos despertamos y pretendemos arreglarlo con la caridad.

Desde el inicio de la civilización, a través de los historiadores, nos hemos ido enterando de atrocidades cometidas por nuestros antepasados y a la hora de alcanzar la paz siempre se han hecho declaraciones de buenas intenciones y los mejores deseos de que no se vuelvan a repetir esas dantescas situaciones y así, siglo tras siglo, desde el principio de los tiempos. A la caída del muro de Berlín y con el final de la guerra fría, esperábamos, como agua de mayo, el cordial entendimiento entre los pueblos, porque entrábamos en el dos mil, en el siglo XXI, y la cultura con el raciocinio (o sea, el bien) había triunfado sobre el mal y todos estábamos en disposición de hacer el amor y no la guerra, como se predicaba. A través del movimiento hippy, en la segunda mitad del siglo XX.

Habíamos alcanzado el clímax del estado del bienestar. La democracia llegaba a todos los pueblos, y allí donde no había llegado se la imponíamos. Continuamos fabricando armas, pero estas eran, exclusivamente, disuasorias y para la "paz", claro que al fabricar nuevos modelos y alcanzar fuertes excedentes, buscábamos, fuera de nuestro área, clientes que no poseían desarrollo industrial o agrícola, y se las vendíamos logrando pingües beneficios, con los que garantizábamos nuestras pensiones. Recuerdo, hace años las impactantes imágenes del éxodo de los hutus de Ruanda hacia Tanzania, huyendo del odio y del machete de los Tutsi o a la inversa; media humanidad se estremeció con estas noticias, que desaparecieron en cuanto bajó la demanda televisiva, luego continuaron por el Congo, el Chad, Camerún y nos llegaron las ilusionantes "primaveras árabes", que bajo la apariencia de las libertades democráticas lo único que han traído es el caos mas miseria en medio de un ambiente apocalíptico de hambre y muerte -siempre los mismo- que a la vez nos ha permitido un ligero repunte de nuestra economía turística.

Lágrimas de impotencia frente a un mundo a la deriva, con abundante derroche de egoísmos y parafernalias en medio de una comedia macabra en donde siempre resaltan las criaturas mas débiles. Las conversaciones cotidianas giran siempre en torno al maltrato o al partido de turno con el debut del ultimo fichaje multimillonario aclamado por algunos de los que conforman el paro o de los que se conforman con el salario social; luego, las bebidas y las discusiones familiares, de tarde en tarde, y con desgana, se habla de un debate parlamentario que nos lleva a ninguna parte y que en su mayoría, con o sin corbata, sirven para justificar la paga recibida de las arcas publicas. Noticias de bebés abandonados o asesinados por padres desaprensivos y enloquecidos, otros cientos de ellos víctimas de la desnutrición o de las aguas del Mediterráneo; aquí, desde hace años a cientos, luego Irak, Túnez, Egipto, Libia, entre otros muchos, y por último Siria.

Los refugiados, del hambre y de las guerras, ya no se quedan en las criticadas vallas de Melilla o en el sur de Italia, ahora, como terrible rugido de la "marabunta", llegan al norte de Europa, de la Europa del estado del bienestar y las vanidades, saciadas con mano de obra esclava en Bangladesh o en lugares semejantes; también esto produce lágrimas de impotencia.

Siempre aparece alguien que te repite lo mismo: ¡eres un pesimista, esto ha ocurrido siempre! Recuerdo una de mis primeras exposiciones en el "Club del periódico Pueblo", en Madrid, cuando Montini me definía como el Goya asturiano por mis "pinturas negras". En aquel entonces, el director, Emilio Romero me decía: "¡Hay que mirar el mundo con alegría, con mucha luz ! ¡ Hay que tener una casa en Madrid, otra en la sierra y otra en la costa... y una o dos queridas !" (Yo apenas tenía para zapatos ). Esto sí era optimismo, pero yo apenas sí podía llorar de impotencia, sólo podía pintar lo que veía por los barrios. ¡En fin !, el tiempo pasa, y la impotencia sigue, pero de pronto un cataclismo conmueve el mundo. Aparece ahogado en una playa de Turquía, en actitud de dormido, un niño, como un ángel, vestido de occidental; un niño que podría ser hijo o nieto nuestro...

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