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Profesor de Matemática Aplicada de la Universidad

Beurre, Beur

Qué hacer tras los atentados de París

"Beurre" significa en francés mantequilla. Cuando llegué en 1986 a estudiar en Francia me llamaron la atención los diferentes tipos de "beurre" que se venden en los supermercados: dulce, salada, semisalada. Una persona que no desayune con una baguette y su buen trozo de mantequilla para untar con mermelada casera no se puede decir francés. Para los franceses el buen "croissant" (tradición austriaca) tiene que ser "pur beurre" y no computa para el colesterol. La mantequilla es por tanto un símbolo nacional. "Beur" es una homófona de "beurre" pero no significa lo mismo: es el nombre peyorativo que se da a los jóvenes magrebíes nacidos en Francia hijos de los emigrantes norafricanos de las antiguas colonias que se vieron atraídos el siglo pasado por ofertas de trabajo para mano de obra poco cualificada. Esta emigración masiva originó la construcción de barrios monstruosos ("les cités") donde se hacinaron estos emigrantes en HLM (apartamentos de alquiler moderado). En algunas de estas "cités" de los alrededores ("banlieue") de las principales ciudades francesas (París, Marsella, Lyon, Toulouse, etc.) últimamente ya no entran los bomberos ni la policía. Son ciudades sin ley.

Obviamente el sistema educativo es también muy deficiente, dadas las amenazas que sufre el profesorado. Las ciudades calientes en Francia se clasifican en cuatro niveles: QSN, QSTD, QSD y QSP. Estos acrónimos significan barrios ("quartiers") sensibles sin ley, barrios sensibles muy difíciles, difíciles y problemáticos. En las ciudades de nivel 1 la delincuencia urbana, el tráfico de drogas y de armas, las violaciones o los ajustes de cuentas están al orden del día. La lista de estas ciudades la administra el Ministerio de la Vivienda. Solo en la región parisina hay 24 ciudades de nivel 1 y otras muchas en el resto. Es duro encontrar trabajo teniendo "tête de beur", y esta realidad no ayuda nada.

Desde hace unos años hay que añadir el fenómeno del islamismo radical, lo cual es en sí mismo sorprendente, pues la mayor parte de estos jóvenes "nini" no tenían ideología ni eran seguidores del islam. A ellos se refirió Sarkozy, el bombero pirómano, como la "racaille" (chusma) que él mismo limpiaría con agua a presión. Los sucesivos gobiernos (socialistas y conservadores) nunca cogieron el toro por los cuernos, sucediéndose altercados por diferentes motivos, como el control de identidad de una mujer con velo, la quema masiva de coches, los ataques a trenes y vagones de metro, etc. Se ha intentado obviar todo, aceptando como mal menor la existencia de estos guetos. Pero desde 2005 esta situación parece habérseles escapado de las manos porque parte de estos "indeseables" han decidido unirse al terrorismo islámico. El problema adquiere en Francia tintes dramáticos. Algunas fuentes estiman en 11.000 los individuos radicalizados capaces de atentar.

En 2010 Martine Aubry afirmaba que en Francia vivían 12 millones de musulmanes. Actualmente esta cifra se estima en 15 millones. La gran mayoría son personas pacíficas que consideran Francia como su país, de origen o de acogida. No obstante, la comunidad judía denuncia un antisemitismo creciente, y que enviar un niño judío a la escuela pública es imposible en ciertas comunas de Francia. La asociación entre discriminación, pobreza y religión es una bomba de relojería. A esto hay que añadir la lamentable situación geopolítica que vive el mundo árabe. Algunos de los instigadores son políticos en activo que se jactan de poseer soluciones para apagar el fuego que ellos mismo han creado.

Los atentados de París no han sido aleatorios. Se atentó primero contra la libertad de expresión por haber publicado una viñeta irreverente en la que el profeta se quejaba de sus seguidores; se continuó por la sala de conciertos Bataclan que es un símbolo parisino de la movida musical; siguió el barrio de Les Halles, al lado del Parque de los Inocentes, donde las prostitutas del "quartier Pigalle" enterraban antaño a sus fetos. Este barrio es conocido por ser centro de confluencia de jóvenes de la "banlieue" atraídos por Beaubourg, símbolo sempiterno de modernidad. Se terminó por diferentes restaurantes de la noche parisina. Diferentes atentados contra la línea de flotación de la república.

El lenguaje políticamente correcto de algunos políticos, como el Ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, que recientemente afirmó que "no es un crimen defender la yihad", es inasumible. Zineb El Rhazoui, periodista de "Charlie Hebdo", denunció este fin de semana este tipo de lenguaje y el uso del racismo como arma arrojadiza: "Nada se puede decir, porque si no te tachan de racista". Esta valiente periodista añadió que es necesario ser intransigentes con las violaciones hechas a la democracia y en particular la discriminación de las mujeres realizada en nombre de una supuesta diferenciación cultural. El tradicional mensaje de victimismo que ha tenido la izquierda francesa, intentando justificar lo injustificable, solo ha dado alas a la extrema derecha, que vive exclusivamente del problema de integración racial. La solución no debe de ser sencilla pues en algunas comunas del sur los franceses de origen magrebí han comenzado a votar al Frente Nacional para expulsar a los "roms" (gitanos de origen rumano), como ya en su día predijo el genial Smain en su monólogo "l'arabe raciste".

Manifestarse y poner velas son actos de solidaridad bonitos y necesarios, pero no resuelven este difícil problema. Es necesario analizar los errores cometidos durante tantos años, obviando la miseria y permitiendo que se viole el espíritu laico de nuestras democracias. En España deberíamos aprender la lección, olvidar la hipocresía política, favoreciendo la integración de los emigrantes y exigiendo al mismo tiempo que el que venga respete las normas de su país de acogida. Es importante que como ciudadanos de pleno derecho pudiesen votar, que conozcan sus deberes y que todos rememos en la misma dirección. Y aquellos que incumplan este contrato ya saben dónde está la puerta. No podemos alimentar un cáncer. Tampoco es bueno que los emigrantes estén asistidos (véase el caso de Francia) y que las ayudas públicas se escamoteen a nacionales que las necesitan tanto o más que ellos. Para ello es necesaria una política migratoria ordenada. Convivir es respetar las reglas que nos hemos dado. En caso contrario estaremos haciendo un mal negocio, exportando saber e importando miseria para único beneficio de los "empresarios" que mercan con ella. Así de claro. Que en el Magreb (Occidente en árabe) se siga poniendo el sol depende de ello. Obviamente, esto nada tiene que ver con el derecho internacional de los refugiados.

Dicen los franceses que no se puede tener la mantequilla y el dinero de haberla vendido. Se aproximan tiempos muy difíciles en los que habrá que llamar a las cosas por su nombre, sabiendo que la solución no solo pasa por tirar bombas. Este es también un problema de inteligencia y de fuentes de financiación, nacionales e internacionales. Anonymous parece haber tomado partido de nuestro lado. Hasta que los muertos en Siria, Irak, Líbano, Palestina, París, Londres o Madrid no tengan la misma importancia no habremos solucionado el problema. Quizás nunca se solucione. Serán malas noticias. En cualquier caso París, ciudad bonita, individualista, borde, y asquerosamente insolidaria, nunca será lo mismo. "Plus jamais!"

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