Llegan noticias esperanzadoras de la Cumbre del Clima, de París. El planeta lo agradecerá, si bien la lectura de los titulares de los noticieros no deja de provocar en la ciudadanía una sensación creciente de calentamiento global que obliga a cuestionarnos si no merecerá la pena que se desencadene un cataclismo natural que se lleve por delante el terror creciente, la violencia extrema, la corrupción imparable, la avaricia desmedida, la dañina contaminación, las tremendas desigualdades... Desde el pasado siglo, cada generación deja en herencia a las venideras un planeta más inhóspito, menos habitable, y no sólo por el efecto invernadero. Se hace necesario un compromiso individual, además de un acuerdo internacional vinculante. Hace falta reforzar la capa de ozono que oxigena la cabeza de cada uno o seremos, cada uno, partícipes de la muerte cerebral de la civilización, cuyo reloj se ha puesto en hora. No se cambia el mundo si no cambia cada individuo antes.
