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Y Pedro Sánchez citó

Pedro Sánchez citó a Fernando de los Ríos y pidió para España la revolución del respeto. Muy pocos días después, un Patxi López desbordado suplicaba en el Congreso un poco de educación, que se le alborotaba la Cámara. La petición del presidente del Congreso es mucho más humilde que la del candidato a presidente del Gobierno; habrá que decidir si también más urgente. En cualquier caso, largo camino le queda al respeto para ser cumplido como objetivo revolucionario si los representantes del pueblo se comportan tan ineducadamente que hace falta que se les llame la atención. Esa actitud tan incivil, y tan desalentadora en lo que al respeto se refiere, deja las buenas formas en evidencia. Respecto a las formas mismas tampoco hay- es evidente- acuerdo entre los parlamentarios; otro mal rollo. Si la exhortación de Pedro Sánchez va en serio, ya ha quedado claro que el sendero hacia la revolución del respeto es tortuosísimo de transitar. El propio Sánchez tendrá que regatear como un crack para decidir qué es lo que él considera contrario al respeto y qué no. Si el sufrimiento curte, Sánchez se va a endurecer un montón.

En estos tiempos de negociación (¿respetuosísima? ¿habrá comenzado ya la revolución que Fernando de los Ríos pidiera?) ha habido oportunidad de reflexionar sobre las lacras del bipartidismo que Irene Lozano expuso in illo tempore y las enseñanzas que nos trae lo de ahora. Puede que la prepotencia no sea cosa de tener mayoría o no; puede que la prepotencia, en política y fuera de ella, sea una actitud. Puede que esa actitud se mantenga; puede que esa actitud defina un carácter, una forma de ver el mundo. Puede que tengamos que seguir sufriéndola. Y así, nuestros representantes parlamentarios harían patria perpetuando una vieja vocación estética españolísima y honrando la memoria de don Ramón del Valle Inclán que, quizá por dejar el respeto por hispánicamente imposible, se inventó el esperpento como desahogo y escribió magistralmente sobre los desgarros de vivir entre primitivos. En el camino hacia el respeto que nos aguarda en algún lugar invisible del futuro, habrá que esforzarse por no olvidar que la mediocridad no es lo mismo que la excelencia. Se puede escribir bien y se puede escribir mal, y eso no lo legitima el estruendo (Berlusconi sabe todo lo que hay que saber sobre la ética de la vulgaridad; alguien supo chutar eso en España y legitimar la basura hasta hacerla parecer graciosa) Se puede hacer política bien y hacer política mal. Que el reciente presidente del Congreso tenga que desgañitarse para cortar descaros es cualquier cosa menos estimulante. Sería más divertido que hicieran todos un alto y nos dijeran desde sus escaños disculpen ustedes los gritos; es que somos así. Ah. La visita del Athletic. Vale, se veía venir. Pero fue un bajón. A ver qué pasa.

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