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Europa: laicidad y trascendencia

Los pormenores del encuentro del grupo francés Poissons Roses, personalista y de izquierdas, con el Papa

El martes 1 de marzo, el Papa Francisco mantuvo, en el Vaticano, un encuentro con representantes del grupo francés, personalista y de izquierdas, Poissons Roses. La audiencia, que iba a ser de treinta minutos, duró hora y media. El arzobispo de Lyon, cardenal Philippe Barbarin, fue quien solicitó la entrevista.

El director de redacción del semanario "La Vie", Jean-Pierre Denis, que asistió a la reunión, ha referido, en la que podría ser calificada de versión oficiosa, los pormenores del encuentro, en el que participaron treinta y dos personalidades vinculadas a Poissons Roses y al laboratorio de ideas Esprit Civique, junto con algunos invitados.

Poissons Roses es un movimiento fundado en 2010 por Philippe de Roux. Se inspira en el pensamiento de Emmanuel Mounier, Emmanuel Lévinas, Paul Ricoeur y Hannah Arendt. Aspira a poner a la persona en el centro de la acción política, promover la justicia en todos los ámbitos de la vida, implantar un modelo económico que conduzca a un bienestar que no se reduzca a mero materialismo, cuidar la naturaleza y desprender a la izquierda de la tentación libertaria y del laicismo beligerante.

Los miembros de Poissons Roses son periodistas, funcionarios, empresarios, educadores, investigadores y políticos. Se declaran socialistas. Han sido cofundadores de Esprit Civique, un laboratorio de ideas y de propuestas para la mejora de la actividad pública y parlamentaria. Su lema es "La persona en el corazón de la izquierda".

El coloquio habría de girar en torno a algunas preguntas enviadas previamente a la secretaría pontificia acerca del personalismo, la crítica no reaccionaria de la modernidad, las claves de la pedagogía papal, la unión de todas las personas de buena voluntad en la búsqueda de soluciones ante una crisis sistémica, el liberalismo, el repliegue de identidad, la xenofobia o la posibilidad de llevar adelante un proyecto humanista inspirado en la misericordia.

En realidad, la cuestión fundamental era esta: cómo ve el Papa el futuro de Francia y de Europa. El Pontífice comenzó indicando en dónde se alza la atalaya desde la que él observa el mundo: las periferias. "De Magallanes en adelante se ha aprendido a mirar al mundo desde el sur". Después hizo una disección del concepto "globalización". Hay una que es buena; otra, no lo es tanto. Esta, la menos buena, es esférica. Todas las personas se hallan a igual distancia del centro, pero eso las uniformiza y no favorece el que se expresen libremente.

La buena, en cambio, es poliédrica. En esta, los pueblos, unidos, conservan su identidad cultural y sus riquezas, lo que propicia el encuentro, el diálogo y la comprensión recíproca. "Si no soy claro conmigo mismo, si no conozco mi identidad religiosa, cultural y filosófica, no puedo dirigirme al otro. No hay diálogo sin pertenencia".

Por otra parte, "el único continente que puede conferir unidad al mundo es Europa". Sólo ella tiene una vocación de universalidad y de servicio. El problema es que la madre fértil ha devenido abuela infecunda. ¿Podrá rejuvenecer? Según el Papa, sí. Con el apoyo a las familias y a la natalidad (la tasa de crecimiento demográfico en España e Italia se aproxima al cero), y reencontrando su raíces. De lo contrario, se debilitará y convertirá en un lugar vacío, que será ocupado por realidades nuevas. "Podemos hablar hoy de una invasión árabe. Es un hecho social", señaló el Papa. "Pero Europa ha sabido siempre superarse a sí misma e ir hacia delante enriquecida por el intercambio cultural".

Ahora bien, ¿qué personalidad de Estado sabrá guiar este proceso de renovación?, ¿en dónde encontrar un Schuman o un Adenauer? Europa está minada por egoísmos nacionales, mercadeos y cortedad de visión. "Se confunde la política con soluciones de circunstancia". Y añadió: "Es preciso sentarse en la mesa de las negociaciones, pero sólo si se es consciente de que hay que renunciar a algo para que todos salgan ganando".

En lo que se refiere a la política en Francia, manifestó el Papa: "Vuestra laicidad es incompleta. Francia debe ser un país más laico. Se precisa de una laicidad sana". "Una laicidad santa", corrigió jocosamente la intérprete. La laicidad sana de la que habla Francisco es inclusiva, ofrece espacio a las diferentes búsquedas de sentido, a las convicciones y a la espiritualidad. Es distinta de la santa laicidad, la religión civil que se estila hoy, secuela del iluminismo, que considera a las religiones como una especie de subculturas.

"Una laicidad sana está abierta a todas las formas de trascendencia, según las diferentes tradiciones religiosas y filosóficas". También en el ateísmo hay interioridad, inquietud metafísica y esperanza de futuro. Lo que sucede es que cuando se entremeten las ideologías, que "son el veneno de la política", crecen los populismos, se restringen las libertades, se va hacia todo tipo de extremismos, se rompe el consenso, se elude la responsabilidad y desaparece del horizonte el bien común. La deriva de una sociedad que se jacta de ser inmune a la trascendencia es impredecible, pues "una laicidad demasiado rígida crea un vacío que otras fuerzas vendrán a colmar".

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