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evelio g palacio

Sin llegar a ser estoicos, no perdamos la serenidad

La marcha de Sergio Egea, de problema a oportunidad para mejorar

Los estoicos defienden la fortaleza de carácter frente a la adversidad. La virtud consiste en el autodominio de las emociones. Los gurús de hoy, los entrenadores de la conciencia, lo llamarían "mindfulness" o meditación trascendental, que no es pensar, sino dejar de pensar para tomar el control del propio cuerpo y las sensaciones. "Sin llegar a ser estoicos, no perdamos la serenidad". La frase es de un histórico cronista deportivo. Con ella concluía sus reflexiones sobre una dolorosa derrota que comprometía al equipo de casa y ponía a un míster en la picota. Un maestro de periodistas la adoptó como filosofía de vida ante las complicaciones y elevó esta doctrina a leyenda en la tradición oral del reporterismo asturiano.

A las sentencias redondas no las marchita el tiempo. Sin llegar a ser estoicos, no perdamos la serenidad. La receta sirve también para los oviedistas desconcertados y ansiosos del post-egeísmo. Tanto añoraba la legión azul la paz y el sosiego, tan tierno está el penar y el pesar de la década ominosa, que cualquier contratiempo hace supurar viejas heridas, aunque lo que ocurre hoy nada tenga que ver con una reedición de viejos males, ni con un cisma.

La dimisión de Egea es la consecuencia de un ambiente extraño desde el inicio. Faltó mano izquierda y visión de la jugada para actuar y evitar el enquistamiento. Alguien tendrá que aprender del error para las ocasiones venideras. Los reservas siempre maldicen al entrenador. Egea, que conoce banquillos de todos los colores, razones tendrá para echarse a un costado. La menos convincente, la de los reproches de la plantilla. Como el médico la sangre, el profesional que no asuma esa presión queda condenado como entrenador de fútbol.

Nadie puede negarle al necochense la puerta grande. Señorío, elegancia y valores. Ni discutirle un lugar privilegiado en la historia del Oviedo. Los entrenadores, hasta los que enamoran a la grada, son aves de paso. Más allá de la sacudida inicial de lo inesperado, no hay motivos para convertir este accidente en un drama irreparable, como si el fútbol muriera en el Tartiere sin Egea, ni hubiera comandante capaz de agarrar el timón. Un marino curtido, eso sí, no cualquier becario.

El Oviedo sigue teniendo una gran plantilla y el ascenso al alcance de la mano. Egea es otro peldaño en la escalera hacia la gloria. Las victorias llegan con ardor, no con venganza, persiguiendo culpables a los que colocar ante el pelotón de fusilamiento. Una afición tan castigada tiende comprensiblemente a exagerar la desesperanza. Las dudas se disipan ganando. La deserción del hombre tranquilo que acabó por estallar, antes que un problema es una oportunidad para mejorar. Lo dijeron en la despedida, en términos parecidos, Arturo Elías, el Jefe que dirige desde México, y Joaquín del Olmo, el Jaibo, su vicario en Oviedo. De todas sus sentidas palabras, fueron las menos escuchadas pero las más sabias.

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