Tomás: "Tengo el gran lujo de no necesitar lujos. No presumo. Si digo lo primero estoy excluyendo cualquier posibilidad de caer en lo segundo. No siempre fue así. Claro. Yo también tuve mis momentos de flaqueza consumista y durante una primera etapa de mi vida laboral me obsesioné con competir con mis colegas a exhibir trofeos. No es que deseara realmente tener un coche con el que llamar la atención al sacarlo a la calle, me sobraban tres habitaciones en la casa y la piscina que construí en el jardín acumuló tanta porquería por falta de uso y mantenimiento que acabé tapándola. También me busqué una esposa conveniente y con las cualidades necesarias para ser objeto decorativo. No voy a negar que tengo talento para mi trabajo y que en dos horas puedo conseguir lo que otros en dos días, pero cuando llegas a casa en tu cochazo, te miras al espejo y lo que ves es una piscina sucia e inservible es que ese talento se está corrompiendo al servicio de algo que no sirve para nada. No fue como en las películas, no sonó un clic en mi cabeza, no sonó música mística de órgano, no hubo una revelación inesperada y súbita. Fue algo prolongado y lento, como un cristal que se rompe a cámara lenta tras recibir un disparo a distancia, y los pedazos vuelan por los aires mientras el sol les arranca brillos que ya no forman parte de algo útil. Dije adiós al trabajo, mi esposa me dijo adiós y se quedó con la mayor parte de lo que teníamos a cambio de quedarse también con los despojos, las fotos, los vídeos, los recuerdos comprados en viajes exóticos, los regalos mutuos, las frases que nunca debimos pronunciar y nos invadieron. Ahora trabajo lo justo para ganar lo necesario como autónomo, no compito, no inicio guerras que no quiero ganar ni batallas de las que no vale la pena sobrevivir. Existo. Soy. Sé de dónde vengo y sé adónde no quiero ir. Suficiente. Soy rico: nadie puede comprarme".
