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Incendios, una reflexión

El reto de lograr la armonía ambiental y económica en el medio rural asturiano

En ocasiones olvidamos que el hombre es pieza primordial para configurar el marco físico en el que transcurre su existencia. Por este motivo la vegetación clímax, salvo en un tanto por ciento muy limitado de nuestro territorio brilla por su ausencia. Quizás fuese exageración, sin duda aproximada a la realidad, el comentario del geógrafo griego Estrabón al comentar que la frondosidad de nuestro país era tan extraordinaria que una humilde ardilla podría recorrer tranquilamente el espacio que hay entre el Estrecho de Gibraltar y los Pirineos sin necesidad de pisar nunca el suelo. Advirtiendo, además, que él mismo no había conocido virgen el terreno porque ya en el neolítico los cazadores emplearon las quemas para acosar a sus presas; con los inicios de la agricultura el hombre primitivo prosiguió incendiando para obtener terrenos de cultivo; continuamos con la época de dominación romana en la que tanta madera se consumió para la construcción de naves, edificios, aperos de labranza y demás necesidades añadidas del campo. Por todo ello los bosques ibéricos vieron reducida su extensión en un 50%.

En tiempo de Carlomagno se dictaron normas para reforestar los bosques. En la Edad Media y también en la Moderna, a dos asociaciones ganaderas con gran poderío, como fueron La Mesta en Castilla o la Casa de Ganaderos en Aragón, se les permitió esquilmar inmensas manchas boscosas y convertirlas en pastizales para alimentar los grandes rebaños. Hasta tal punto que en el año 1573, en las Cortes, a causa de la escasez de leña, se estudiaron leyes para proteger los árboles en Toledo y Andalucía, "donde ya no se pueden quemar sino sarmientos y paja".

La derogación que las Cortes de Cádiz realizaron, en diciembre de 1811, de las ordenanzas sobre montes y plantíos, permitió a los propietarios de masas forestales utilizarlas a su conveniencia. Por si esto fuera poco, el largo proceso histórico, económico y social de la desamortización de Mendizabal, contribuyó decisivamente a la reconversión de inmensas zonas de arboleda en espacios para la agricultura; más aún al pretender, por las mismas décadas, que el país fuera autosuficiente en cereales. Tala y roturación de tierras estuvieron a la orden del día.

La preocupación debía de ser notable cuando, en 1844, la Sociedad Económica de Amigos del País de Oviedo llegó a ofrecer premios de 1000 reales al que con castaña o bellota, con semilla de pino común o del llamado Alerce plantase un bosque de asiento, de 8 días de bueyes de extensión cercado por seto o pared, prefiriendo al que se realizase en el monte Naranco. Recompensa de 640 reales al que acreditase haber plantado en terreno inculto mayor número de nogales, castaños, robles, abedules o avellanos. En nuestro propio Campo San Francisco, ya en el siglo XVII, estaba prohibido talar árboles.

Es evidente que la modificación del paisaje, a través de los siglos, es un hecho ligado a los diferentes estilos de vida de la humanidad, sin embargo, es relativamente reciente la inquietud por defender los espacios naturales, eso sí, siempre asociado a los países con más alto nivel de vida económico y cultural. Impulsado, tal vez, por la magnitud del proceso y la revolución tecnológica capaz de materializar el alarmante cambio climático en breve periodo de tiempo.

Otro aspecto clave del mundo rural -sociedad fundamentada en la economía del autoabastecimiento, alimentación, pastos para el ganado, mantenimiento del bosque...-, son sus necesidades, difíciles de satisfacer si no se sobreexplota el medio, motivo que se logró a costa de la degradación del suelo, con el consiguiente empobrecimiento de la producción y, por tanto, de la población campesina. Penuria que obligó a emigrar a gran parte de sus habitantes. En el siglo XIX y principios del XX a los países americanos; tras la Guerra Civil a Europa y a las ciudades más cercanas, necesitadas de mano de obra, en busca de un futuro más próspero. Aunque suene extraño podemos afirmar que los pueblos y su estilo tradicional de vida se han jubilado para siempre. Causa que decisivamente influye en el comportamiento de una naturaleza sometida durante siglos al mandato de sus pobladores.

Crucial fue la relación del campesinado con el bosque, al que mimaban como a la niña de sus ojos. Él les proporcionaba madera para construir casas, cuadras, hórreos, cerrar fincas?, y, lo que es más importante, con la necesidad de preparar la cama para mullir el ganado, mantener la corte en buenas condiciones y producir estiércol de calidad se "rozaban" los montes, se conservaba limpio el sotobosque y la espesura no ardía.

Porque los usos y aprovechamientos antrópicos no siempre son sinónimo de daño, jamás debemos satanizar a campesinos, cazadores o ecologistas cuando, además de ser un análisis simplista, no tenemos clara la definición de qué es calidad o utilidad de un territorio, a qué denominamos paisaje degradado, o cuáles son las condiciones más favorables para regenerar la vida en los pueblos. Agricultores y ganaderos desean espacios libres de arbolado en los que desarrollar sus labores, en los que no tengan cabida animales depredadores o dañinos para sus fines. Los cazadores se encuentran en el polo opuesto. Los defensores de la naturaleza anhelamos biodiversidad integrada en paisajes de gran calidad que avalen un futuro al porvenir de la especie humana, y hagan realidad el reciente acuerdo de París. ¿Pasará página el campo? Tal parece que sí. El acelerado impacto ambiental a causa de recientes y notables variaciones productivas, técnicas, sociales, demográficas y culturales en el sector agrícola así lo indican. Nos encontramos ante un tradicional modelo de sociedad en sobresaliente proceso de cambio.

Estas reflexiones acaso nos lleven, no al origen de los nefastos incendios que el norte de España ha pedecido recientemente -que todos sabemos son intencionados y provocados por mentes enfermas o personas que no tienen derecho a la convivencia, y no por ningún colectivo-, sino a buscar un equilibrio entre razones económicas y ambientales o ecológicas. Todos sabemos que a la combinación de bosque, monte bajo y matorral, vientos del sur, resecos y huracanados, más gasolina y cerillazo, no hay cortafuegos, bomberos, ejército o voluntarios que lo frenen, corre como la yesca y arrasa miles de hectáreas. Tan solo las rogativas eficaces en forma de lluvias torrenciales son capaces de hacerlo.

Escaso favor hacemos al lema de "Asturias Paraíso Natural", patrimonio de incalculable valor, si a la vez no acabamos con los fuegos incontrolados y facilitamos el retorno a los pueblos de empresarios y trabajadores del campo. Observen que no menciono subvenciones; hablo de garantías laborales, mejoras fiscales y formación adecuada. Todo lo demás son parches. Pan de hoy y hambre de mañana. Acuérdense del Valledor y los inmediatos propósitos a tomar que se tornaron en agua de borrajas. ¿Ocurrirá otro tanto con los miles de hectáreas calcinadas recientemente? ¿Se estudian medidas adecuadas para combatir los incendios? Los que gobiernan Asturias tienen la última palabra.

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