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Soserías

Democracia y Semana Santa

La reivindicación de llevar el bálsamo democrático a los rituales de la Pasión de Cristo

Por fin ha llegado la gran reivindicación salvadora y ha sido con motivo de la pasada Semana Santa: formalmente se ha pedido su democratización. Un alivio: el año pasado una promujer andaluza (atención académicos a este nuevo vocablo que acabo de inventar) reclamó sin más la supresión de las procesiones en Sevilla. Sin darse cuenta de que imaginar una Sevilla sin procesiones es como querer atar la lengua de los maldicientes que diría el buen amigo Sancho.

Lo de llevar la democracia a la Semana Santa es ciertamente más moderado que el exabrupto sevillano y se inscribe en su elevación al altar do moran los bienaventurados y do se mecen los grandes gatuperios. Para quien vive en la Universidad nada le puede extrañar pues hace décadas que estatutos extravagantes y leyes pintorescas -aprobadas con la seriedad que imprime el burro a su existencia- permiten a un joven estudiante, en su más tierno aprendizaje y aún con los aposentos de la cabeza en estado de amueblamiento, intervenir con su voto en la elección de los profesores que han de juzgar una tesis doctoral.

Llevar la democracia a la Semana Santa es ampliar su esfera de influencia a ámbitos que habían vivido ajenos a ella. Lo que bien mirado tiene su sentido porque, si las procesiones son una manifestación de la piedad del pueblo llano, ¿qué hay más lógico que todo el ritual se vea impregnado por su céfiro benéfico?, ¿por qué ha de ser este un mundo hermético, de gentes que encima van con capucha y con los pies descalzos?

¿A cuento de qué viene que la Virgen que se procesiona sea siempre la misma, desde hace años y años? No, señor, lo correcto es votar entre las vírgenes que presenten su candidatura y que los penitentes, los costaleros y los seises, en listas abiertas y desbloqueadas, otorguen su confianza a una de ellas. Se alcanza así una legitimidad que de otro modo no se tiene, al halo de la santidad se uniría el halo de la elección libre y todo ello redundaría en la identificación del pueblo con los seres celestiales y por supuesto en la brillantez de los fastos.

Y lo mismo debe decirse de otras imágenes: ¿qué tienen las tallas de Gregorio Fernández que no tengan otras?, ¿por qué hemos de deshacernos en expresiones de admiración siempre ante él y no ante las de otros imagineros? Es esta situación tan injusta la que evita el voto y la urna.

Si ya las autoridades de las cofradías son elegidas ¿por qué no llevar el bálsamo democrático al resto de los elementos simbólicos de las conmemoraciones y actos rituales?

Democratizar la Semana Santa por consiguiente solo bienes puede proporcionarnos. Entraríamos en la primavera alígeros y el cielo se nos volvería más transparente, con una claridad renovada, y todos nos haríamos más desprendidos y a lo mejor hasta se nos ocurre alguna buena idea con la que agasajar a nuestros semejantes en lugar de tenerlos siempre enfrente, en permanente tensión el arco de la envidia.

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