La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Geólogo

La cloaca marina

Un examen a los agentes contaminantes del agua oceánica y sus efectos en el pescado que comemos

No empeora solamente la atmósfera, también lo hace el agua del mar que precisa ayuda urgente. Quién no se malhumora cuando pasea por el litoral y observa en las playas y ensenadas la presencia de plásticos y todo tipo de residuos inservibles, acompañados de enormes manchas de espuma multicolor o pegotes de galipote flotando en el agua que evolucionan al vaivén que les marcan las mareas y corrientes. Eso es lo que se ve, pero de manera encubierta el océano acopia multitud de productos que entran en la cadena trófica ocasionando significativos desaguisados ambientales. Los ríos y consiguientemente los mares son desde tiempos remotos los receptores naturales del vertido de basuras generadas por el hombre, convirtiéndolos en los mayores estercoleros del mundo. Esta polución alcanza un grado de peligrosidad cuando sobrepasa límites expresos, poniendo en riesgo el medio ambiente acuático y la salud de las personas.

Repasemos cuáles son los principales contaminantes. Aunque son muy variados, cabe destacar los siguientes: aguas residuales de origen urbano y rural (con sobras de alimentos y detergentes), efluentes industriales (originados por las industrias del acero, papel, químicas, etc.), sustancias tóxicas (biocidas), vertidos radiactivos, material inerte (restos de dragado, plásticos, latas, botellas, redes, etc.), hidrocarburos (causantes de grandes desastres ecológicos), procesos acústicos y térmicos, y metales pesados. En el caso asturiano, los más demostrativos provienen de las plantas metalúrgicas, seguidos de la industria papelera y las explotaciones lácteas.

Además de los degradantes clásicos (compuestos orgánicos, plásticos o metales pesados), comienzan a manifestarse los denominados emergentes que abarcan algunos tipos de fármacos; ocurre con artículos de higiene personal o con medicamentos tales como los populares antiinflamatorios y analgésicos diclofenaco e ibuprofeno que, si bien en su mayoría son metabolizados por el organismo, una porción se excreta a las aguas residuales pudiendo llegar al mar si no son depuradas adecuadamente.

Algo desapercibido, pero que está en el ecosistema, son los metales pesados, que componen una de las preocupaciones más reseñables en el deterioro marítimo. A pesar de ser complejos, los más importantes son: plomo, mercurio y cadmio, acompañados de níquel, zinc y arsénico; se trata de integrantes perjudiciales que, por bioacumulación, producen perjuicios en los especímenes marinos y con posterioridad a la especie humana que los consume. La concentración de plomo en las aguas costeras superficiales -en buena parte procedente de aerosoles atmosféricos- surge de los aditivos antidetonantes en los combustibles para motores de combustión. Por su lado, la liberación de mercurio deriva, sobre todo, de las actividades industriales y el cadmio irrumpe en este medio -vía atmosférica e hidrosférica- como resultado de las acciones antrópicas (especialmente minería, galvanoplastia y fabricación de materias plásticas).

En Asturias, las áreas costeras definidas con aguas muy modificadas son tres: desembocadura de las rías de Navia (con manifestación de organoclorados y metales pesados) y de Avilés (con altos niveles en cromo, plomo, níquel y zinc, benceno, hidrocarburos aromáticos policíclicos) y la zona portuaria de Gijón (con biocidas, hidrocarburos y varios metales pesados: As, Cd, Hg, Ni, Zn, Pb, Fe, etc.).

Cabe preguntarse entonces ¿Qué daños inducen estos agentes maléficos? Teniendo en cuenta que un 80% de los elementos que intoxican el mar tienen su origen en tierra y que alrededor del 60% de las especies viven en una franja cercana a pocas millas de la costa, es muy evidente la problemática ecológica planteada.

El excesivo aporte de nutrientes en el litoral próximo puede ocasionar la eutrofización de extensas áreas. Esta abundancia de materia orgánica (en su mayoría proveniente de los fertilizantes agrícolas ricos en nitrógeno) hace proliferar el crecimiento masivo del fitoplancton, cuya putrefacción origina un empobrecimiento del oxígeno disuelto en el agua, dando lugar a ámbitos abióticos.

Uno de los constituyentes más activos de los biocidas es el TBT (tributilestaño), usado antaño a modo de aditivo desincrustante en los cascos de los buques de navegación, muelles y boyas, con el fin de evitar el crecimiento de organismos como percebes, mejillones o algas. Este producto orgánico de estaño, aun en pequeñas concentraciones, acarrea efectos nocivos en varias especies, siendo notoria su influencia en la extinción de gasterópodos, la disminución de la población local de ostras, la esterilización de hembras en caracoles marinos o el aumento de la proporción de hermafroditas en peces y bivalvos.

Los materiales plásticos provocan múltiples deterioros al no ser biodegradables y permanecer, por tanto, largo tiempo en el entorno hídrico. Su ingestión causa el fallecimiento de tortugas al confundirlos con medusas y, esporádicamente, son responsables de la muerte de focas, ballenas, delfines y aves al quedar atrapadas en las redes de pesca abandonadas a la deriva.

El mercurio que hay en los mares (sumamente tóxico el metilmercurio) es absorbido por las algas, y de ellas se alimenta el zooplancton, luego el necton y por último los peces mayores (caballa, tiburón, pez espada, rape, atún, etc.), de manera que se produce un aumento progresivo en su concentración -de hasta diez veces más- a medida que es ingerido por otros depredadores, es lo que se conoce como biomagnificación. Algo similar cabe decir del plomo, cuyas sales y compuestos orgánicos son peligrosos al acumularse en los tejidos de los seres vivos; se ha comprobado una estrecha relación entre los contenidos del metal y su presencia en diferentes tipos de pescados, crustáceos y moluscos, y además, en determinados hábitats, las ostras contienen proporciones que exceden los límites establecidos por la OMS.

Aunque la capacidad purificadora del mar es enorme, no parece de recibo abusar de este megaecosistema arrojando en él nuestros desechos, nada o escasamente depurados, pues acaban afectando a la calidad del pescado que comemos, amén de convertir grandes zonas marítimas en cloacas malolientes desprovistas de actividad vital.

Compartir el artículo

stats