La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

"Y colorín colorado, este cuento se ha acabado"

El 23 de enero de 2015, los colegas y discípulos de Ignacio Ruiz de la Peña le brindaron uno de esos homenajes difíciles de olvidar para quien asiste a ellos. No fue en la Universidad, su casa, pese a que la mayoría de los asistentes eran profesores de toda España -la lectura de adhesiones de colegas del país, Francia e Italia que no pudieron acudir fue abrumadora-, tampoco asistieron la entonces consejera de Cultura o el rector. Asturias es así con sus personalidades. Pero el acto, celebrado en el Museo Arqueológico, fue multitudinario, emotivo y generoso. Basten las palabras que hizo llegar el historiador Enrique Moradiellos para definir la vida y la obra del catedrático de Historia Medieval y destacado asturianista: "Magnífico profesor y medievalista de primera categoría y una buena persona en el sentido machadiano de la palabra".

No tuve la fortuna de ser alumna del profesor Ruiz de la Peña, pero como periodista me tocó entrevistarle varias veces. Era un sabio en lo suyo, contaba la historia y la vida con ingenio y brillantez, era socarrón y con gran sentido del humor. Y cálido. Daba titulares, hablaba del Reino de Asturias, una de las grandes formaciones políticas independientes del mundo occidental de entonces, con la pasión del estudioso, convencido de que esa etapa, los años 718 a 910, había sido quizás la más relevante de la historia de esta sufrida tierra. Por el contrario, veía la Asturias de nuestro tiempo ensimismada, sin alternativas, desnortada. Sentía indignación y tristeza al ver cómo la gente más válida se veía obligada a abandonarla ante la imposibilidad de futuro. "Es una región difícil, pobre y áspera", decía. Estaba convencido de que nuestra gran riqueza como pueblo eran el patrimonio natural y el histórico y monumental. "Los asturianos queremos a nuestra tierra, la sentimos, la amamos, pero no sabemos rentabilizar esos sentimientos".

Pero la gran tarea del profesor Ruiz de la Peña fue universitaria. Discípulo agradecido de historiadores como Juan Uría Ríu o Eloy Benito Ruano, de quienes acabó siendo amigo, heredó de ellos la capacidad científica y académica y, al igual que don Juan, esa bonhomía que acabaría convirtiéndole en maestro respetado y querido. La Universidad de Oviedo, a la que Ruiz de la Peña dedicó cincuenta años de su vida, como alumno y profesor, pierde a una de sus personalidades y Asturias a uno de esos hijos que agigantan la tierra que les vio nacer. Fue, además, director del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA).

Un día antes del homenaje antes citado, LA NUEVA ESPAÑA le entrevistó en su casa, rodeado de libros, de cuadros y de recuerdos. Porque Ruiz de la Peña unía a su condición de brillante profesor la de hombre a quien le gustaba la vida. La familia -no había entrevista en la que de un modo u otro no salieran en la conversación sus dos hermanos, el teólogo Juan Luis, ya fallecido, y el también profesor universitario Álvaro-, las tertulias, el ciclismo, la música y los amigos. Entonces, Ignacio Ruiz de la Peña ya había perdido a algunos. "Es como perder algo de ti mismo, forman parte de tu biografía". Él se definía a sí mismo como "un tipo un poco raro que rinde culto a la amistad, a los maestros y a los compañeros".

Su última lección como catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo, un bellísimo texto en el que homenajeaba a sus maestros, fue todo un ejemplo de buen magisterio. Le dio un final de cuento, humorístico, como si fuera una más, una de tantas. "Y colorín colorado, este cuento se ha acabado", dijo.

Despedir a Ignacio Ruiz de la Peña, maestro de tantas cosas, duele. Es un dolor cálido, de quien siente que ha sido todo un honor conocerle.

Compartir el artículo

stats