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Nueces de California

X: el arte de la ingeniería

Argumentos a favor de poner en marcha una carrera de Ingeniería Biomédica, en lugar de un máster

El pasado 14 de julio me encontraba en las bonitas tierras vascas de Iparralde, en Cambo Les Bains, pueblo termal del cual podría copiar la comuna de Las Caldas, observando el desfile del día de la Fiesta Nacional, cuando los franceses asaltaron la Bastilla y pusieron fin a años de reinados injustos, alejados de las preocupaciones de la ciudadanía. Cuentan los historiadores que se trataba de un día raro, de calor pegajoso y tiempo de tormenta; un día sombrío en el que los franceses dijeron "ras le bol" y se dirigieron a la fortaleza real y asaltaron la prisión, que para su decepción solo albergaba siete prisioneros, de los cuales sólo dos tenían títulos nobiliarios: uno era el conde de Solange, que fue mandado encerrar por su familia por incesto; el segundo, un noble de origen irlandés, el conde de Malleville, que fue declarado insano y mandado encarcelar por su familia, primero en el castillo de Vincennes y luego en la Bastilla. Dicen que se dejó crecer una gran barba, que se creía Julio César y hablaba en latín. También estaba el antimonárquico Auguste Tavernier, que había intentado matar en 1757 a Louis XV. Otro personaje insigne que reposó sus huesos en la Bastilla fue el famoso Marqués de Sade, que fue trasladado a otra prisión unas semanas antes de la toma. ¿Se imaginan lo que podría haber sido la revolución francesa si el marqués de Sade hubiese sido tomado como líder? También se puede entender lo que hemos perdido, pues por entonces era común meter a un noble o a un notable en la cárcel; hoy sólo van los ladrones de gallinas. "Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi" (si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie). Cambiarlo todo para que nada cambie es la política del gatopardo, y de cómo se domestican las "revoluciones", alterando solo la parte superficial de las estructuras de poder, para conservar el elemento esencial de las mismas, que es el poder mismo. Todo ello suena bastante contemporáneo.

Vuelvo al pasado presente. Estaba yo, pues, viendo el desfile nacional con mis suegros, porque mi sobrino Valentin desfilaba con la Escuela de la Gendarmería Nacional, cuando de repente oigo que la formación que pasaba delante de François y de Manuel, eran los X, l'École Polytechnique de París, ataviados con su uniforme de color negro, pantalones del mismo color con dos rayas rojas verticales tipo Adidas, el bicornio, y su famosa espada: la tangente. La Escuela Politécnica fue creada en 1794 por el matemático Gaspard Monge durante la revolución francesa, y en 1804 fue nombrada Academia militar por Napoleón. Monge fue uno de los padres de la geometría diferencial y de la geometría descriptiva. Un matemático creando una escuela politécnica. ¿Se dan cuenta de dónde les viene la "grandeur" a los ingenieros franceses? Eso también fue así en el pasado en España, con maestros como Rey Pastor o Sixto Ríos, pero actualmente la ingeniería y la ciencia en nuestro país parece que han decidido seguir caminos separados: ¡Una pena y una desgracia!

En España nos hemos cargado las escuelas de ingeniería. Todo empezó hace unos años con la ley de reforma universitaria, que hizo que las escuelas perdieran su autonomía. Contribuyó a esto el hecho de que el PSOE siempre odió los Colegios de Ingenieros, de tinte conservador, y que éstos alcanzaron su máximo apogeo en la época de Franco con el equipo de tecnócratas de López Rodó, que pertenecían al Opus Dei y que fueron encargados de modernizar la economía e industria española de la época. La llegada de los socialistas al poder supuso la promoción de otro tipo de perfiles, como economistas y abogados, y el declive de los ingenieros, hasta que la Ley 12/86 de Atribuciones, que básicamente equiparaba la ingeniería técnica o peritaje y la ingeniería superior, intentó sin éxito dar la puntilla final. Así, en la época, en una visita que realizaba Alfonso Guerra a Oviedo en febrero del 86 y en la cual se le preguntaba sobre el referéndum de la OTAN, LA NUEVA ESPAÑA rezaba: "Durante la rueda de prensa más de un centenar de estudiantes de la Escuela Superior de Ingenieros de Minas de Oviedo protestaron contra el Gobierno y en concreto contra Alfonso Guerra por el proyecto de ley de Atribuciones". Guerra, que siempre fue un clasista demagogo inteligente, cambió de opinión en el primer tema (le obligaron), pero se la tenía jurada a la ingeniería.

Luego vendría la Ley de Reforma Universitaria, la creación de departamentos amorfos, que sepultaron a las escuelas de ingeniería a la miseria, y el consabido Plan de Bolonia que terminó por crear los grados de cuatro años, y la pérdida de todo carácter y personalidad. Hoy en día, muchos de los alumnos que cursan en cualquier escuela de ingeniería en España no conocen el nombre de sus profesores de matemáticas, ni saben a qué se dedican. ¿Para qué, si sus áreas de trabajo no contribuyen en nada a la escuela donde imparten la docencia? Entenderán ahora por qué cuando vi desfilar a la Escuela Politécnica, tangente en mano, pese haber sido objetor de conciencia, me emocioné, y me subió una cosa por dentro hasta el "gargüelo", y creo que tuve ganas de llorar. Me contuve, porque estaban mis suegros a mi lado, y no lo hubiesen comprendido.

Unos días más tarde volví a Asturias y leí en LA NUEVA ESPAÑA que la Universidad creará un máster de Ingeniería Biomédica, y que costará 36.000 euros. Me eché las manos a la cabeza, y pensé que esta gente que toma decisiones no sabe lo que es la ingeniería. Y rápidamente se me pasó por la cabeza el fiasco que montaron en Mieres con aquella pantomima que llamaron Ingeniería Geológica. Obviamente duró poco, muy poco, porque cuando las cosas se hacen mal el resultado más probable, más bien pronto que tarde, es el fracaso. ¿Quién cursará el máster de Ingeniería Biomédica? ¿Un médico o un biólogo, que no tienen base matemática suficiente? No pasaría nada si se les dispensasen los conocimientos necesarios, como ocurría antes en el curso puente que tenían que hacer los ingenieros técnicos (estudios de tres años) para cursar una ingeniería superior (de seis). Pero eso no se hará así, porque creen que las matemáticas, la física y los algoritmos numéricos no sirven para nada ¿El máster lo harán ingenieros que no saben lo que es la medicina, la bioquímica o la biología? Podría ser, pero entonces se deberían potenciar estos aspectos, no olvidando los temas tecnológicos relativos a la imagen médica, a la genómica y a la bioingeniería. La solución más sencilla es empezar por el principio y crear la carrera de Ingeniería Biomédica, intentando competir con las mejores escuelas de nuestro país y para las cuales hay nota de entrada, que son la Universidad Carlos III de Madrid, la Universidad de Barcelona y la Pompeu Fabra. Los programas son públicos y ligeramente diferentes, dependiendo de la visión y de las empresas que crecen en cada zona. Si fuésemos inteligentes, los analizaríamos y los mejoraríamos. La ingeniería necesita escuela. Desgraciadamente, creo que será mucho pedir. Lo barato siempre sale caro. Pregunten a los ingenieros geólogos que se extinguieron como los dinosaurios. Dice un dicho japonés que hasta los monos caen alguna vez de los árboles. Yo hace tiempo que caí del guindo y entendí la "lógica difusa" de las cosas.

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