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Anacronismos y modernidades

Whatsapp tiene la gentileza de avisarte de que, en lo sucesivo, Facebook sabrá más cosas de ti. ¿Para qué sirve Facebook? Se decía antiguamente que todo español llevaba dentro un entrenador de fútbol. Anacronismos. Facebook ha sacado a la palestra a auténticos montones de liderazgos políticos: tal como está el patio, no es que tantas opiniones empeoren el nivel, pero producen atasco. ¿Será el mal entendimiento de nuestros representantes en el parlamento una reproducción de otro mal entendimiento más amplio, vale decir de un país cuyos habitantes se ponen de acuerdo muy difícilmente? O sea, ¿nos merecemos unas elecciones por cuatrimestre? Pasaría eso a ser algo similar al toro de Osborne o a la tortilla de patata, o a no poner el intermitente cuando vas a girar, o a dejar el coche apalancado en una plaza de garaje que paga su legítimo dueño ignorante de que un jeta, tan listo él, tiene un Audi allí plantado por la puta cara? ¿Sería todo eso el indicador de una forma de ser, una forma de entender la vecindad del otro? En cualquier caso, Facebook le echa morro y se aprovecha de nuestro hastío y nuestra indefensión ante la avalancha de la filosofía big brother que padecemos desde largo tiempo atrás. Te encoges de hombros. Aprendimos a encogernos de hombros cuando la telebasura corrompió las formas básicas de la democracia y envileció con el insulto y el alarido cualquier forma de debate cívico. Alguna réplica parlamentaria de Pedro Sánchez ante alusiones muy delicadas no estuvo presidida en absoluto por el calado político, sino por un efectismo de emergencia que quizá aprendió el líder socialista en la escuela moderna del belenestebanismo, pero que resulta improcedente en la Carrera de San Jerónimo. Aprendimos a encogernos de hombros cuando a los médicos se les increpa en los hospitales por salvar vidas y a los astros balompédicos se les anima a las puertas de un juzgado, que en España eso de ganar mucha pasta siempre impuso mucho respeto. Dicen que fuimos Bruselas y que fuimos Niza, pero también que fuimos Messi: hay que ver. Aprendimos a encogernos de hombros cuando la chapuza se generalizó y quien debía expresarse bien lo hizo mal porque sabía que ya estamos ahí, en la sociedad en la que la idiotez queda impune. Seguirá siendo así en el futuro, ciertamente: el optimismo impostado es un insulto a la realidad. Sánchez podría al menos hacernos un favor: decir que hay un partido al que admira y que no es el suyo propio. Ah, y también volver a vindicar la revolución del respeto que en su día pidió Fernando de los Ríos. España conoció el dolor orteguiano, el dolor unamuniano, el dolor de Goya, el dolor quevedesco. ¿Por qué habría de cambiar un país tan experto en decepciones? Una amiga me avisa de un concierto de Wilco en Noruega. El exilio musical: una urgencia, un paraíso.

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