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Geólogo

Desencuentro entre razón y religión

Resulta ancestral la oposición existente entre conocimiento y fe. No hay más que retrotraerse a la Edad Media para recordar con estupor que los conflictos entre creyentes y los que apoyaban la razón se dilucidaban en los tribunales de la Inquisición, pudiendo llegar las condenas incluso hasta la hoguera.

Durante esta oscurantista etapa histórica la omnipresente autoridad religiosa preconizaba (propalaba) el rechazo de todo conocimiento racional y de progreso, hasta hacer sucumbir los brotes de esplendor culturales de la civilización de la Antigüedad clásica.

Eran períodos de aislamiento, ignorancia, superstición, aletargamiento y miedo, salpimentados con elevadas dosis teocráticas, donde determinados fenómenos naturales (terremotos, inundaciones, tormentas, etc.) eran explicados como causas sobrenaturales, donde la mano omnipotente estaba detrás y ¡mucho cuidado con contradecir las normas establecidas!

Sin embargo, algunos grandes pensadores cristianos, caso de Agustín de Hipona o Tomás de Aquino, fueron pioneros en el devenir científico y favorecieron el estudio de la naturaleza utilizando la vía del razonamiento. San Agustín consideraba que el tiempo y el universo nacieron a la vez adelantándose, de alguna manera, en muchos siglos a la teoría de la relatividad de Einstein; asimismo, defendía la idea de que el Creador pudo haberse servido de seres inferiores para generar al hombre, erigiéndose así en precursor de las ideas evolucionistas de Darwin. Por su parte, la teoría del conocimiento de Santo Tomás de Aquino -Doctor de la Iglesia-, a pesar de su adhesión inquebrantable a la Biblia, se hizo popular al admitir la compatibilidad del pensamiento de Aristóteles con la fe católica.

No cabe duda de que algunos hallazgos de la ciencia no son fáciles de digerir. Afirmar -tal como hizo Galileo- que la Tierra giraba alrededor del Sol, cuando realmente el observador aprecia lo contrario, o que rote sobre su propio eje, cuando esto no se percibe, era hacer creer hechos que parecían inverosímiles, amén de contradecir la doctrina escolástica imperante. Algo similar ocurrió con las teorías de Darwin, ampliamente rechazadas por ser contrarias a las creencias en boga, o, en épocas más recientes, asumir que el dióxido de carbono, gas generado fundamentalmente por la combustión de energías fósiles, sea el responsable del actual cambio climático.

Aunque nos encontramos bastante distanciados de las actuaciones fundamentalistas expuestas al principio del artículo, aún persisten los encontronazos entre los que se decantan por el método racional (cuya premisa fundamental es la verificabilidad) y los que defienden ideas que no pueden ser contrastadas empíricamente. Influye en lo dicho la educación sesgada -aderezada con ingredientes inmateriales- que se imparte en algunos lugares, lo que genera un escepticismo hacia la ciencia. Sirva de ejemplo elocuente el que un buen porcentaje de norteamericanos (incluyendo estudiantes universitarios) duden de que el género humano sea un eslabón avanzado de la evolución de la vida, o sea creen que siempre fuimos como somos en la actualidad, o que la acción industrial emitiendo gases contaminantes a la atmósfera tenga algo que ver con el calentamiento global.

Existen ejemplos muy próximos en el tiempo que sirven para agudizar la prevención con las devociones desmedidas. Quién no recuerda la desdichada frase del presidente George Bush preconizando, a modo de mensajero teocrático, que "Dios me pidió acabar con la tiranía de Irak", dentro del contexto de una guerra contra el desafío del terrorismo islamista, en el que se acusaba a Saddam Hussein de poseer inexistentes "armas de destrucción masiva". A partir de aquí surgen grupos fundamentalistas que sustentan el sanguinario yihadismo, ideología marcadamente teocrática y totalitaria que desprecia la vida humana y las sociedades ajenas al mundo islámico ¡De aquellos polvos vienen estos lodos!

Con tales desmanes sociales no debe extrañar que aparezcan corrientes de pensamiento contrarias al hecho religioso, como el "nuevo ateísmo", que tachan a las religiones de una superstición enfrentada al desarrollo y al progreso.

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