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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Vejez y niñez

Reflexión sobre las diversas formas de maltrato

La Infancia debería ser un lugar de ojos abiertos, de puertas misteriosas cerradas, de susurros, de palabras siempre vivas, siempre emocionantes y nuevas, hasta que entramos en esas estancias desconocidas y acaso tenemos miedo, pero sabemos que nunca permitiremos que nos maten a la niña o al niño que fuimos. Por eso no hay nada más sobrecogedor que el rostro de una pequeña o de un pequeño triste, pero lo cierto es que no escasean quienes tienen un semblante de honda pena, porque se les chilla y no se les habla para hacerles saber violentamente que son un incordio, una pesadez, una carga molesta, algo no deseado ni querido.

Es acongojante descubrir tantas, tantísimas caritas cuyos ojos tienen la inconfundible mirada de la infancia desdichada, de la niñez a la que desde hace siglos y siglos se la tortura de diferentes maneras, sobre todo por la falta de amor, de besos, caricias, abrazos, de palabras e historias cada noche, antes de dormirse y cada día al levantarse. Son incontables las esclavas y esclavos que existieron y existen hasta hoy mismo de pocos años: niñas en gineceos y harenes, casadas con ancianos; jenízaros que eran cristianos cautivos por el turco que los transformaba en excelentes guerreros, mamelucos o jóvenes turcos prisioneros de los califas y convertidos en muy buenos y valientes soldados o donceles gardingos, al servicio personal de los reyes godos.

El maltrato infantil no implica solamente palizas que dejan marcas notorias y visibles moratones, sino que también lo es una mueca de desprecio, un insulto, un gesto amenazante, unos ojos en blanco indicadores de hartazgo y fastidio o un resoplido de malhumor e impaciencia. Y maltrato es también descuido, desatención, falta de vigilancia en situaciones que requieren imprescindiblemente estar ojo avizor y en actitud protectora para intervenir con rapidez en el caso de que sea preciso, como ocurre en la zona de juegos de parque y jardines, donde una niña o un niño puede perder los dientes y la vida por el golpe de un columpio o por una mala caída deslizándose por un tobogán debido a cometer cualquier imprudencia propia de los pocos años; y algo similar sucede en la playa, el paraíso de la primera edad, donde se requiere que la guardiana o guardián responsables de criaturas que acaban de echar los dientes de leche y dar los primeros pasos con soltura no las pierdan de vista un solo instante, por muy delicioso y relajante que sea tomar el sol con los ojos cerrados o charlar animadamente acerca de la posibilidad de que haya elecciones el domingo veinticinco de diciembre, día de Navidad, de modo que, si no se cambia tal fecha, irían a votar cuatro sobrios abstemios y para de contar, puesto que, en tanto, su criaturita podría estar empapizándose comiendo arena o haberse caído de narices en un pozo de escasa agua, pero la suficiente para asfixiarse, a no ser que la sacase por los pelos cualquier paseante que se percatara de ello.

Es indignante observar los bostezos, los lloriqueos y la inquietud de los bebés que en sus sillas de paseo, a la caída de la tarde, están en la terraza de un bar o dentro de una sidrería o de una taberna, y que la madre y el padre tratan de apaciguar dándoles un trozo de pan de un pincho, cuando lo que quieren es volver a casa, disfrutar de un bañito, cenar y ponerse a dormir, y no estar amarrados en la silla, escuchando el guirigay de todos aquellos adultos desconocidos, en tanto mami y papi beben "culinos", birras o tintorros.

Es de verdad macabro y muy enojoso ver que se acaba con los llantos del atardecer de pequeñas y pequeños tapándoles las boca con patatitas fritas, gusanitos, palomitas y chucherías que forran el estómago y entretienen, acabando momentáneamente con el hambre.

Las niñas y los niños, aunque estén en la infancia y, por tanto, no sepan hablar y traten de comunicarse con glosolalias, son personas, porque suenan, persuenan y resuenan, pero no son respetadas en cuanto a sus derechos de ser escuchadas, de que se les hable, de ser protegidas de todo mal. En realidad, sufren parecidas injusticias a las que padecen las viejas y viejos. Sin embargo, entre uno y otro colectivo, hay una diferencia sustancial, como es el hecho de irse olvidando y vaciar la memoria e ir llenándola aprendiendo.

Los viejos cuentos tradicionales, hechos a escote de muchas y muchos, niñeras, abuelas, abuelos, madres y padres, tenían razón, transmitían verdades y alertaban de peligros. En la mayoría de ellos hay niñas y niños que sufren y lloran por el mal trato que les dan los mayores, pero al final de la historia logran escapar de los peligros e incluso de la muerte. Así, Blancanieves y la Cenicienta son maltratadas por sus malvadas madrastras, y la segunda también por las hijas de la esposa de su padre; a Pulgarcito y a su patulea de hermanos la pobreza extrema los echa de su casa para que vayan a buscarse la vida. Caperucita tenía una madre un poco boba o muy cruel, pues resulta de todo estrambótico que la mandara a través del bosque con su cestita para llevarle la merienda a la abuelita, con una caperuza roja, sin pensar en que el lobo la descubriría de inmediato en medio del verde del paisaje. Y Rapunzel debe ser entregada nada más nacer a la bruja maligna que la encierra en una torre. Todas estas historias tienen finales felices, algo que no sucede en la realidad, pues ahí tenemos a todas esas niñas y niños ahogados por no hallar un suelo y un techo que los acoja o reventados bajo las bombas, víctimas de las guerras de los adultos.

La edad de la inocencia o la de quienes son incapaces de dañar, de matar por tener pocos años o muchos, no está bien tratada ni respetada porque la mayoría de las personas que pertenecen a ella producen más gastos que beneficios y lo que importa es que engorde el capital y no que la vejez y y la niñez terminen y comiencen la vida bien tratadas.

Apud scriptum o añadido: Desde que ocurrió la tragedia italiana se leen y se escuchan guayas y lamentos por el terremoto que "asola" Italia. Si mucha gente hace regular el verbo asolar y usa "asola" en lugar de "asuela" está en su derecho, porque la lengua es de quien la mueve y los hablantes son los que la hacen y deshacen, y además los académicos de buena gramática y de gramática parda admiten las dos formas, de modo que tendrán que hacer regular también, por ejemplo, los verbos "consolar" y "contar" y decir "consola" y no consuela y "conto" en vez de cuento, aunque haya hablantes a los que eso no les guste nada, nadita, nada.

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