El profesor de Ingeniería Biomédica Leandro Pecchia, conferenciante ayer en Gijón, explicó a un fascinado auditorio que en el futuro sabremos las dolencias y predisposición a padecerlas con dispositivos incorporados al cuerpo, como pendientes o corbatas.
De alguna forma, la corbata es el espejo del alma. El más chispeante y ocurrente de mis compañeros de trabajo solía enlazarse al cuello, de joven, corbatas con motivos halagüeños y burlones, tal que superhéroes de tebeo o personajes de Disney. Los compañeros más serios, los de la sección de Internacional, las llevaban más adustas y clásicas, tal que estampadas de un solo color. Para éstos, la sobriedad de la prenda era sinónimo de competencia y solvencia.
De cumplirse las predicciones de Pecchia, la corbata del futuro se convertirá también en espejo del cuerpo y de su cara oculta, de sus trastornos internos y padecimientos. De manera que cuanto más achacosos nos vayamos volviendo, más necesaria se nos hará esa corbata tecnológica, termómetro de indisposiciones y molestias para el diagnóstico de la ingeniería biomédica.
Por lo general, una corbata no es más que una metáfora: la representación de la soga al cuello, un nudo elegante en la garganta; un adorno superfluo que en algunas ocasiones sólo sirve para atraer la sopa.