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Eurodiputada asturiana de Podemos y vicepresidenta de la Izquierda Unitaria Europea

Por una revolución ciudadana y democrática en Europa

El ascenso de la extrema derecha en Francia y en otros países europeos, que corre paralela a la victoria de Donald Trump en los EE UU, ha hecho encender en el Viejo Continente las alarmas de políticos, medios de comunicación e intelectuales que se preguntan: "¿Qué ha pasado?", "¿Cómo puede ser posible?". Decir en estos días que el austericidio y las políticas neoliberales producen monstruos comienza ya a ser un lugar común. Y es que no hace falta tener un máster en sociología o ciencia política para entender que el actual auge de partidos xenófobos como el Frente Nacional o Alternativa por Alemania tiene mucho de respuesta airada de las clases medias y populares a las recetas económicas neoliberales que en toda la UE han aplicado con dureza, tanto políticos conservadores, como desgraciadamente socialistas. ¿A quién van a mirar los trabajadores franceses cuando los socialistas imponen una reforma laboral que precariza el empleo? ¿Son de fiar unos dirigentes socialdemócratas que apoyan en el Parlamento Europeo la aprobación del TTIP y el CETA, y luego nos hablan de la Europa social?

La reciente elección de un hombre de Silvio Berlusconi, Antonio Tajani, para presidir el Parlamento Europeo confirma el autismo de las élites políticas con respecto a la creciente desafección ciudadana. Y es que el desencanto hacia los partidos tradicionales ha llevado a muchos europeos y europeas a canalizar su indignación, sus miedos y sus incertidumbres a través de formaciones políticas tan inquietantes como las que antes mencionaba. Por eso, ante un contexto tan desolador como este, la Península Ibérica emerge como un faro de esperanza para quienes en toda la UE aspiran a construir esa otra Europa social, una respuesta a los desastres del neoliberalismo que no sea racista ni xenófoba, sino radicalmente democrática. El pacto de las izquierdas portuguesas, que ha posibilitado un gobierno con un claro mandato en favor de las clases medias y populares, las ciudades del cambio españolas, los 71 diputados de Unidos Podemos y las confluencias, son brotes verdes para una Europa en crisis.

Las movilizaciones en Francia por los derechos laborales, o la exitosa campaña a nivel continental denunciando el contenido anti-social del TTIP y el CETA, resultan también pasos esperanzadores para construir esa revolución democrática, pacífica y ciudadana contra las elites políticas y económicas que gobiernan la UE y que están dinamitando desde las instituciones europeas el Estado del Bienestar y las históricas conquistas de las clase trabajadora.

Aliviar la deuda de los países del Sur, para que así nuestras economías vuelvan a crecer, blindar los servicios públicos y los derechos sociales, o garantizar una potente inversión pública que genere empleo en sectores clave como la economía verde, los cuidados y la innovación, son algunas de las reformas urgentes que necesitamos. Nos jugamos mucho en los próximos años. O refundamos la UE en un sentido más democrático y social o nos arriesgamos a que el empobrecimiento, la xenofobia y la desigualdad se conviertan en un paisaje cotidiano en la Europa del siglo XXI.

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