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Mi madre no es perfecta

Pongamos que me llamo Olaya y que tengo 17 meses.

Voy a soltarlo nada más empezar, sin andarme con rodeos. Lo digo ya: mi madre no es perfecta. Queda expuesto. Y confío en que nadie me riña por manifestarlo de manera tan tajante.

Sí, lo repito: mi madre no es un ser que posea ese alto grado de cualidades que caracterizan la fría perfección, no. Y esto lo afirmo con conocimiento de causa. Sé bien lo que es una madre perfecta. Hay una que frecuenta el parque al que suelo ir con mi madre imperfecta. Pude observarla con detenimiento y oír a padres y madres referirse a ella con auténtica admiración, aunque a mí me parece que mostraban más bien ese feo sentimiento que llaman envidia.

Aquella madre sin defectos lo hacía todo bien. Vivía constantemente pendiente de su bebé: le daba de comer a la misma hora, lo acostaba cuando "tenía" que dormir, lo sacaba al parque un tiempo exacto. Toda su vida y la de su hijo estaban, como ella misma, programadas con estricta precisión. Y su estado de ánimo, esto es, su humor, no cambiaba nunca. Siempre se la veía con una sonrisa bien dibujada en el medio de la cara. Parecía un cartel anunciando felicidad.

Una tarde, a la vez que observaba a aquella madre intachable, vi a un niño muy mayor -tendría por lo menos siete años- manejando con auténtica pericia un robot de juguete. Lo dirigía con un mando a distancia. El robot se paró de pronto. Oí decir al niño que se le había acabado la batería. Sin embargo, tenía otra de repuesto. Se la colocó y el autómata volvió a funcionar. Y me dio por preguntarme a mí misma: "¿Dónde tendrá la batería la rigurosa madre maravillosa?".

Vuelvo a mi madre. Insisto en que no es perfecta. A veces no se acuerda de algo: "Vaya, se me olvidó comprar pan". Confiesa momentos de gran fatiga: "Uf, estoy agotada de tanto trajín". Reconoce que es un tanto despistada: "Anda, si casi salgo de casa en zapatillas". Se queja de alguna dolencia: "Ay, esta espalda me está torturando". Y hasta se enfada al ver cómo van las cosas en el mundo: "¿Cómo es posible que seamos capaces de soportar tanta injusticia?".

Pero a mí me quiere, me cuida, me considera, me escucha, me tiene en cuenta y, aunque alguna vez se enfade, es, de verdad, una madre cálida y estupenda. Ella, menos mal, no es perfecta, es decir, no es ni inmejorable, ni insuperable, ni inigualable; sólo es, repito, cálida y estupenda.

Qué suerte tengo.

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