La Nueva España

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Investigadora asociada del Departamento de Lenguas Medievales y Modernas de Oxford

Decapitadas

En todas las culturas con las que tenemos cierta familiaridad, de las que sabemos o con las que vivimos más o menos de cerca, se considera el velo como signo de recato femenino y éste, a su vez, como virtud que define a la mujer. Todos hemos visto en algún momento a una monja católica con su flamante toca o velo yendo de un sitio a otro en la ciudad o dedicándose a lo que sea en el ámbito que haya escogido; hemos visto a mujeres musulmanas con su velo paseando o haciendo la compra y también, aunque menos frecuentemente aquí, a judías ortodoxas con la cabeza cubierta con velo o peluca. Es curioso que estas tres culturas coincidan en haber considerado históricamente (y en muchos casos seguir considerando) a la mujer como ser eminentemente reproductor y al hombre como cabeza pensante. Y digo que me resulta curioso porque, si las mujeres no tienen "cabeza", ¿cómo es que se las obliga o se espera de ellas que se la tapen? Parece como si la lealtad al grupo religioso, ideológico, étnico o político estuviera en juego y el velo se convirtiera en su insignia. Esta decapitación simbólica es solo uno de los muchos síntomas de ideologías belicosamente verticales que excluyen a la mujer de cualquier acceso al poder y al conocimiento basándose o justificándose con un mandato divino que, por supuesto, tiene todos los visos de parecerse a las opiniones del varón que lidera o se suma a esa ideología o religión.

En principio todas las culturas son respetables, pero no todas las costumbres ni todos los abusos de poder, por muy arraigados que estén en una sociedad u otra, son respetables. Si a los miembros de una sociedad que en algún momento de la historia fue esclavizada se les pidiera que llevaran argollas o cadenas en sus cuellos o tobillos, se entendería perfectamente no solo que esos mismos miembros se negaran rotundamente a hacerlo sino también que todos los demás nos rebeláramos contra la idea (y, por supuesto, la práctica). No es que piense que ir por ahí prohibiendo o arrancando velos aquí y allá sea una buena idea; creo, sin embargo, que empezar a desbancar lo que está detrás de ese tipo de símbolo de abnegación en el sentido más literal de la palabra nos vendría bien a todos.

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