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Clave de sol

A modo de cuaresmal reflexión

De esto no tiene remedio al todo se viene abajo

Creo recordar que alguna vez he escrito aquí mismo sobre el curioso prestigio que en este momento histórico ha adquirido el pesimismo generalizado. En el fondo del inconsciente colectivo, no sé si mayoritario, parece latir el eslogan de "todo se viene abajo". El espontáneo diagnóstico es atractivo, pero puede que también una verdad a medias, diría yo.

Resulta innegable que, visto el asunto desde la óptica de la gente adulta de una clase media en declive que vive o ha vivido de su trabajo -y no digamos de quienes militamos en el sufrido cuerpo de los pensionistas-, es como si estuviéramos entrando en otro mundo muy diferente al inmediato anterior. Y, desde luego, absolutamente distinto al de nuestra infancia y juventud.

Desde nuestras historias personales, necesariamente cortas (y más si restamos el tercio de la vida que pasamos durmiendo), la primera tentación es la del consabido alegato de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo compruebo en mis gratas tertulias de café donde el juvenil pretérito disfruta de un merecido prestigio. Con muchísima razón además, dorado como está en nuestra memoria: aquellos juegos, aquellos anhelos, aquellos descubrimientos, aquella vida por delante?

Pero en estos días cuaresmales que vivimos, aquellos que nos empeñamos en seguir siendo cristianos contra viento y marea, frente a nosotros mismos incluso, yendo y viniendo al redil una y otra vez porque la fe que desde antaño nos fue inoculada en vena no se puede eliminar, corremos el riesgo de caer en la peor de las tentaciones que formularíamos con las cuatro palabras entre comillas del primer párrafo o con estas otras cuatro: "esto no tiene remedio".

Es decir, la tentación del más esterilizante pesimismo. Y atractivo, por cierto, ya que en el fondo echa la culpa a todos los demás de algo sobre lo que nos erigimos en jueces y nos quedamos a salvo. Puede que esté cargando algo las tintas para poder destacar una especie de actitud muy socorrida en nosotros los mayores "de orden", digamos, que es la de "lavarnos las manos" de la mala situación.

Sé que, a la antigua usanza, me pongo algo cuaresmal en estas líneas, pero aseguro que trato con ello de hacer una especie de examen de conciencia porque, en el fondo y de algún modo, este mundo y esta sociedad que ahora nos toca vivir la hemos hecho nosotros, los veteranos. O, por lo menos, hemos puesto nuestra contribución, aunque con la posterior y cómoda dejadez de los antiguos fisiócratas: dejad hacer, dejad pasar: el mundo camina por sí mismo.

Alguien destacado le dijo a la madre Teresa de Calcuta, como con cierto reproche: "Eso que usted hace es sólo como una gota en el océano". A lo que ella contesto: "Sí, pero yo no quiero que falte mi gota".

Está bien inventariar las existencias de males, de peligros, de dificultades, de errores. Pero, aparte de quejarnos de lo mal que está el mundo, la pregunta es: ¿y yo qué hago para cambiar las cosas?

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