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Laviana

Del economato a Amazon

Desde ayer, los establecimientos comerciales de Hunosa están en manos privadas

Los economatos eran hasta esta misma semana un vestigio de tiempos remotos. Les ha llegado su hora. Los economatos de Hunosa pasan a manos privadas. Acabarán convertidos en supermercados impersonales, da igual la marca de la cadena que se los quede. Hay que ser muy fino, un auténtico devoto de las compras para distinguir un Carrefour Express de una Plaza de DIA o un MásyMás de un Ahorramás. Ya sé, que si uno es francés y el de más allá de Madrid y el otro asturiano cien por cien. Matices, todos están sometidos a las reglas de la economía de mercado.

Cuando leí la noticia de que estaba en marcha el concurso de privatización de once economatos de Hunosa, me vinieron a la mente imágenes remotas. Debo confesar que no he vuelto a pisar un economato desde mediados de los sesenta. Entonces, acompañaba a mi madre a hacer la compra en el establecimiento que Minas de la Encarnada tenía en La Huerta, al lado de la Hueria de Carrocera.

Recordé aquellas enormes sacas de tela en las que se transportaba la compra, mucho antes de que se extendiera el uso del carrito. Me vi a mi mismo a bordo del Molineru -así se llamaba la línea regular-, atestado de bultos como esos autobuses que vemos en los documentales sobre la India. Volví a ver a los dependientes, vestidos con una sobria bata azul Vergara y lápiz tras la oreja. Y se me aparecieron aquellas estanterías perfectamente ordenadas, llenas de vistosas latas de conservas, lo único colorido en un mundo en que todo era en blanco y negro, o a lo sumo en azul oscuro.

En los economatos sólo se hacía la compra de los productos no perecederos, como la que ahora hacemos por internet una vez al mes. La compra diaria te la acercaban al domicilio. El pan, la leche y el pescado nos lo traían, primero en coche de caballos y luego en furgoneta, a la puerta de casa. Que nadie se piense que Jeff Bezos se inventó allá en Seattle el reparto personalizado, ni siquiera su Amazon Prime Fresh, que es el último grito en supermercados de la Web.

No sólo tengo recuerdo de aquel economato de una empresa minera casi familiar. Si echo la vista atrás, también puedo ver aquellas aspirinas de tamaño industrial, tal cual, que mi tío Epi -a la sazón Policía Armada- conseguía en el economato militar y distribuía entre toda la familia. Aquellas aspirinas no eran como las de Bayer. Se decía en broma que eran aspirinas para caballos. Qué eficacia. No había mal que se les resistiera a las aspirinas militares.

Siempre he asociado los economatos con las tiendas sin publicidad de los países comunistas. Sí, esas de las estanterías vacías de La Habana o aquellas en las que se formaban larguísimas colas bajo la nieve en el Moscú del siglo XX. Pero no. Era una equivocación mía, porque, en pleno franquismo comprábamos en el economato y aquello era capitalismo ¿o no?

Cuando fundábamos el diario "El Mundo", allá a finales de los 80, recuerdo que tuvimos agrios debates sobre el convenio colectivo y los beneficios sociales que había que conceder a los empleados. Mis compañeros neoconservadores y más liberales llamaban de forma despectiva a aquel conjunto de ventajas sociales el economato. Ya saben, que si había que dar bonos de comida cuando la jornada fuera partida, que si había que pagar un extra cuando se trabajaba por la noche o en festivo, que si había que ser generoso en el kilometraje o en las dietas, cuando los pobres empleados tenían que alejarse de sus familias.

Qué viejo suena todo. Hasta la palabra suena antigua y ruda: e-co-no-ma-to. Es difícil imaginarse en nuestro mundo moderno a un empresario preocupado por la cesta de la compra de sus empleados, por el trastorno que supone trabajar de noche o por si unos padres comparten poco tiempo con sus hijos. Me dirán que el proteccionismo ya es pasado, que aquellas eran cosas de papá Estado y que el Muro ya ha caído. Va a ser eso.

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