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Reflexiones de bebés anónimos

Colores que se aman

Me llamo Shaira y tengo 2 años y 11 meses. En el lugar donde nació mi padre mi nombre significa poeta.

Estoy muy entusiasmada. He descubierto un libro muy especial. Será, ya para siempre, mi libro. El protagonista es un niño y, sin embargo, habla de lo que a mí me ha pasado, y de lo que pienso y siento. Recuerdo la noche en que mi abuela me lo leyó. De inmediato, me identifiqué con aquel personaje, pues era yo misma retratada con total fidelidad.

A mí me ocurrió justo lo que se cuenta en ese libro. Estaba jugando en mi habitación. De repente, a través de la ventana cerrada, me llegaron unos ruidos inquietantes. Primero escuché algo así como "¡pam!, ¡pam!", y luego, sirenas, lamentos, gritos y voces preguntando: "¿Qué ha pasado?, ¿la han matado?, ¿cómo puede seguir sucediendo esto?".

Entre aquel alboroto, oí algo de un disparo y de que había una mujer de color tirada en el suelo. Después, nada, silencio.

Me intrigó mucho aquella expresión, "mujer de color". Me puse a cavilar de qué color sería. Y me la imaginé verde.

Fue entonces cuando empecé a darle vueltas a la cabeza reflexionando sobre el color de mi piel. ¿De qué color era yo? No tenía ni idea. Por eso fui a pedirle respuesta a quien mejor podía dármela: al gran espejo del pasillo. Es un espejo que, como asegura mi abuelo, dice siempre la verdad.

Me puse delante de él y le pregunté: "Espejo, ¿soy de color negro, como mi padre?". Él me respondió "no" con mi cabeza. Insistí de nuevo: "Espejo, ¿soy de color blanco, como mi madre?". Y otra vez contestó "no" agitando mi cabeza. Volví a interrogarle: "¿Acaso soy 'marroncita'?". Eso -le aclaré- se lo dijo a mi tía una encopetada señora. A ella le resultaba feo llamar negros a los negros. Según su opinión, deberíamos llamarlos "marroncitos". Riéndose, el espejo me contestó con mi boca: "Eso es una enorme tontería".

Desconcertada, pregunté por último: "Si no soy negra, como mi padre, ni blanca, como mi madre: ¿de qué color soy?".

Tardó en darme la respuesta. Pero al fin, mirándome sonriente a los ojos con mis ojos, me respondió: "Tú ni eres negra ni eres blanca. Tú estás hecha de la mezcla de dos colores diferentes que se aman".

Sí, eso fue lo mismo que traía el cuento que tantas noches me leyó mi abuela. Me encanta ser la mezcla de dos colores diferentes que se aman.

Ahora lo sé: los buenos cuentos también son espejos. Espejos en los que, cuando nos miramos, nos vemos reflejados en ellos tal y como somos.

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