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Reflexiones de bebés anónimos

Ideas polilla

Pongamos que me llamo Aida y que tengo 2 años y 8 meses.

Os contaré, en dos partes, lo que me pasó. Primera parte. Hace poco, mi tía Eli me trajo una muñeca con muchos vestiditos para que jugara a cambiarle de ropa. A mí no me gustan las muñecas, así que la dejé en su caja rosa y me puse a levantar una torre con una preciosa arquitectura de madera de todos los colores. Mi tía, al ver que no me entusiasmaba su regalo, me explicó: "En la juguetería me aseguraron que todas las niñas se vuelven locas por esta muñeca". Yo pasé de volverme loca y seguí ensimismada en mi construcción.

Segunda parte. Esto lo escuchó mi abuela Enedina mientras se afanaba en curar una silla que le encanta. Aquel mueble, lleno de agujeritos, padecía la enfermedad de la polilla. Las polillas o carcomas -según me explicó- son unos pequeños bichos que se alimentan de madera. Ella, con mucha paciencia y ayudada por un minúsculo tubito, introducía dentro de cada orificio un líquido para eliminar esta plaga capaz de convertir la silla en un polvo llamado serrín.

Cuando mi tía se fue, mi abuela, sin dejar de curar su asiento preferido, me contó algo que me impresionó. Fue lo siguiente: "Las polillas de los muebles son muy difíciles de quitar, pero todavía son más difíciles de eliminar esas otras carcomas que se meten en nuestro pensamiento y nos lo comen poco a poco por dentro".

Y continuó explicándome con calma: "Las polillas del pensamiento son esas ideas que nos impiden pensar por nosotros mismos. Existe, por ejemplo, la idea polilla de que los hombres son superiores a las mujeres y de que las mujeres tenemos que someternos a su dominio. Esta idea polilla establece que las niñas deben vivir en jardincitos cerrados de color rosa, jugar con muñecas, cocinitas, cajitas de maquillaje y de peluquería y leer muchos, muchos libros de princesitas, y todo lo que acabe en 'itas'. Quienes intentan meteros esas ideas polilla en la cabeza, ¿sabes lo que pretenden?: que os entrenéis jugando ahora a lo que, según ellos, debéis ser de mayores".

Me dio un respingo. ¡Qué horror! No quería tener una enfermedad tan tremenda en mi pensamiento, con toda mi cabeza llena de serrín ¿Cómo evitarlo?

Mi abuela, dándose cuenta de mi desasosiego, me ofreció cariñosas palabras de ánimo: "Tú tienes que ser lo que quieras ser, no lo que nadie te imponga. Tu decisión, tu mente abierta, tu energía y tu capacidad de razonar y de pensar serán, sin duda, la mejor protección contra cualquier idea polilla".

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