La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Latidos de Valdediós

Libertad de expresión

Vivimos en una sociedad en la que se habla continuamente de libertad y de derechos y uno de los más reivindicados es el de la libre expresión y el de opinión. Estoy de acuerdo y creo que todos debemos ser libres para expresarnos y para tener un criterio, el que sea, y poder exponerlo, pero? acabo de escribir "todos". Y "todos" significa todos, no los tres o cuatro de siempre, diciendo las mismas cosas y el resto? ¡ay si alguien más osa decir otra cosa diferente! Como mínimo se le tacha de ignorante y cateto, e inmediatamente se le ridiculiza y se le desautoriza.

Y pregunto? ¿dónde está el derecho de esa persona a ejercer su libertad de expresión y a ser respetada en sus opiniones? Si piensa como yo es un portento y un tío grande, si lo que expresa no coincide con lo que yo pienso? entonces es que no tiene personalidad, ni criterio, ni nada? y le han "comido el coco".

El otro aspecto que me gustaría comentar es el asumir la responsabilidad de las propias opiniones. No vale afirmar sin firmar. Es decir: no vale lanzar opiniones al aire desde el anonimato, sin dar la cara y asumir la responsabilidad de lo que uno dice. Eso? ¡cualquier tonto lo hace!

Si hay algo que me incomoda son las personas cobardes que van regando el mundo de ideas y opiniones, nunca dan la cara y se parapetan detrás de cualquier excusa sin asumir la responsabilidad sobre sus propios actos, esas que "tiran la piedra y esconden la mano". Desde luego que se desautorizan solas, pero? ¡cuánto daño pueden llegar a hacer y cuánta confusión y mentira pueden sembrar?!

Efectivamente, opinar y expresarse es un derecho y a nadie se le debe negar, pero también sostengo que hay que educar a las personas en que el ejercicio de cualquier derecho conlleva unos compromisos y unas obligaciones, que las cosas no se hacen alegremente, sin ton ni son, solamente porque sí, porque me apetece? En este caso el derecho a expresarse implica un compromiso de respeto a lo que otros expresan y también de coherencia, para avalar con la propia vida lo que se está afirmando, si no? son palabras vanas que se lleva el viento.

Todo esto lo digo por algo que me ha sucedido últimamente: yo escribo y opino bastante en voz alta, no sólo en esta columna semanal, sino en otros medios y espacios públicos. Opino sobre temas variados, expreso sentimientos y también reflexiono y rezo? siempre dejando claro mi nombre y que soy una monja católica. Lo hago como parte de mi vocación personal de anunciar el Evangelio de Jesucristo, y no pienso renunciar a ello porque -como digo- es parte esencial de lo que soy. Confío en que los creyentes lo acogerán desde su fe y que los no creyentes al menos lo respetarán como un ejercicio de mi derecho a la libertad de expresión. Con ello no hago daño a nadie y tengo derecho a hacerlo ¿no es cierto?

Pues bien? he recibido más de una recriminación por parte de personas creyentes por exponerme en exceso, por abrir mi corazón y compartir cosas demasiado íntimas, que me comprometen en demasía. Y para colmo me han recomendado que lance mensajes y testimonios al público sin firmar o? ¡firmando con un seudónimo! ¿¿¡¡ !!?? A estos les contesto desde aquí con San Pablo: "No me avergüenzo del Evangelio".

Y ya la cosa llega al colmo cuando una intenta responsabilizarse de lo que afirma, simplemente por una cuestión ética y por hacerlo creíble y darle mayor consistencia, y entonces te acusan de afán de notoriedad y protagonismo, de egolatría.

¡En fin?! ¿No decíamos que todo el mundo tiene derecho a la libertad de expresión? Y dentro de esa libertad ¿no está también el derecho a perfilar nítidamente la propia identidad humana y cristiana y expresarla sin ser juzgada? Pues parece que no: aún no hemos llegado al derecho a no ser juzgados y etiquetados. A ver si poco a poco avanzamos en eso también, que nos falta mucho.

Un abrazo fuerte y hasta el próximo viernes.

Compartir el artículo

stats