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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Una muerte silenciosa

La muerte de doña Carmen Ibáñez en Panes manejando un marallu d'herba invita a alguna reflexión. Los accidentes trabajando en el campo no tienen en los medios un reflejo como los de otras catástrofes; son, por así decir, silenciosos, pero son muchos: seis personas han fallecido en esas labores en los últimos diez meses.

Parte de esas muertes tienen probablemente su causa en que seguimos manteniendo les querencies cuando ya no tenemos les podencies (como nos ocurre, ¡ay!, en otros campos). Creemos que tenemos 18 años cuando tenemos 81. Es, sin duda, lo que pasa en otro ámbito, el de los accidentes de los pescadores de pedreru, también frecuente.

Esas muertes tienen, por otro lado, un valor simbólico, el de la muerte silenciosa del campo, un sector sometido no sólo a las contingencias y tendencias del mundo moderno, económicas y sociales, sino, al tiempo, cercado y acosado por todos lados: jabalíes, lobos y administraciones.

Todo el mundo habla de fijar población en el campo o de atraerla, pero lo único que se hace es poner dificultades para que se pueda vivir en él. Esas dificultades van desde intentar que se resignen al daño en sus ganados por la fauna al disparate de convertir en parques territorios en los cuales habitan campesinos o de los cuales viven, obstaculizando su vivir con condicionamientos caprichosos pensados desde el desconocimiento o el desprecio a la realidad.

Y ahí pongan ustedes la disparatada legislación sobre los hórreos o las dificultades para inscribirse como titular de una explotación que la Asturias Ganadera acaba de denunciar.

Dentro de veinte años, todo monte. Y eso sí, mucha legislación y muchos planes.

Por cierto, hasta que lo aprenda el último: no es lo mismo requesón que Requexón. ¡Ah, si fuese inglés!

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