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Regresión

Las causas de la atrofia social que arroja a muchos varones a interpretaciones surrealistas de las relaciones de pareja

La mujer no se hizo para el hombre, sino más bien con él y viceversa. Parecería algo simple y elemental alcanzar este razonamiento de manera intuitiva, pero los fríos datos desmienten esta presunción: una de cada tres demandantes de ayuda que acuden a los centros asesores de la mujer en Asturias lo hace por sufrir violencia de género. Crónica negra universal que se extiende, obviamente, a todo el territorio del Estado y que tiene como detonante, en muchos casos, el intento de ruptura sentimental con el "supuesto" agresor.

Más que preguntarnos en qué está fallando el sistema, habría que indagar en las causas de esta atrofia social que arroja a muchos varones a interpretaciones surrealistas y dogmáticas de las relaciones de pareja. Hay, incluso, quienes lo asemejan a un mero juego de rol, cuando en realidad se trata de un ejercicio básico de raciocinio consistente en colocar a dos seres humanos en el mismo plano de igualdad.

Ustedes y yo, como ciudadanos, no entendemos por qué los procesos educativos de las últimas generaciones no han sido capaces de extirpar este tipo de violencia y, sobre todo, por qué siguen existiendo elementos cerriles en nuestra sociedad que son incapaces de asimilar y comprender lo que, en definitiva, es un derecho fundamental de las personas.

Siempre he querido a mis dos abuelas sin haberlas conocido? ¡Sé tantas historias sobre ellas! Podría describir su carácter, costumbres y hasta su forma de hablar sin haberlas visto nunca. Fueron las dos, en contextos distintos, admirables. He sabido que eran mujeres enteras, sobrevivientes en una época de grandes necesidades. Afrontaron su condición femenina en un tiempo donde el mundo rural estaba incuestionablemente dominado por la voluntad de los varones. Se hicieron imprescindibles en sus hogares a base de tomar decisiones inteligentes, sutilezas que las hacían grandes y que compaginaban con la de tener y criar hijos. Sí, ellas combatieron en la oscuridad y hasta consiguieron ser felices en ella.

Mis abuelas han llegado hasta mí en adustas fotografías en blanco y negro. Se coloreaban lentamente en mi mente con los relatos reiterados de mi entorno familiar. Fueron auténticas heroínas en un tiempo de postguerra donde criar hijos era una aventura ligada a la propia subsistencia. No sé si para ellas fueron más duras la penurias económicas o las limitaciones que imponía una sociedad machista. Lo que sí me consta es que, a pesar de las adversidades, siempre aparecían cuando la sensatez hacía falta, aunque sospecho que sus vidas no constituyeron involuntarios alegatos feministas: lo de ellas era ejemplo de fortaleza y abnegación pura y dura.

Recuerdos heredados como estos llegan hasta nosotros custodiados por el cariño y la indulgencia, con la perspectiva de la ignorancia y el analfabetismo inherente a aquellas épocas. Las actuales generaciones del conocimiento contemplan, atónitas, cómo una parte importante de la sociedad masculina está lastrada por un déficit de sensibilidad infinita sin relación alguna con los niveles de formación y/o estatus socioeconómicos.

Es sorprendente que necesitemos de un Pacto de Estado para frenar una disfunción vetusta que deberíamos haber erradicado hace un siglo. Es para hacérnoslo mirar: no es sostenible que confundamos las relaciones sexuales con las de poder, que titubeemos cuando nos presentan a la mujer con un papel secundario o que aceptemos el sometimiento como vínculo de relación entre seres humanos.

No es que el progreso tenga que ser lineal, ya nos conformamos con que sea digital? pero la incapacidad para curarnos de esta ceguera es manifiesta, además de impropia de nuestro tiempo. De tanto reiterarse, nos ha llevado a la regresión, a la casilla de salida. Al reencuentro con un antes donde se penaba en silencio por un futuro mejor.

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