Ponerse a dibujar escenarios electorales en la libreta de los deseos políticos a año y medio de unos nuevos comicios locales se antoja vano ejercicio de prestidigitación, un afán de funambulismo que puede llevar a los que se agarran a la cuerda floja como si fuera un clavo ardiendo a toparse de bruces contra la lona y perder, a causa del impacto, media docena de dientes.
Viene este comentario a cuento de una reciente encuesta a nivel local sobre intención de voto, según la cual la mayoría sociológica de Gijón bascularía esta vez a la derecha, de tal manera que sumando los concejales de Foro, PP y Ciudadanos que certifica el citado estudio demoscópico, esas tres fuerzas políticas podrían gobernar juntas holgadamente, con los populares ligeramente por encima en sufragios que los apenados casquistas.
Muchos ciudadanos han tomado por costumbre de un tiempo a esta parte mentir a los encuestadores, de manera que estos barómetros electorales fallan más que ponerle al Sporting un dos en la quiniela, y que restan aún muchos meses para meterse en harina, que es entrar en campaña con las manos en la masa y salir con los pies fríos y la cabeza caliente. Así que convendría mucho a peperos y naranjitos no emborracharse en cantos de sirena, que queda mucha tela por cortar y puede que el vestido de fiesta acabe en traje fúnebre.
Sin embargo, haría bien en reflexionar la izquierda gijonesa por qué motivo parte de su electorado podría estar planteándose cambiar de papeleta. Tal vez por ese amor fraternal que se profesan, como el de Caín y Abel.
