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Historiador

A vueltas con la llingua asturiana

La controversia sobre la posible cooficialidad

Durante los últimos meses se ha replanteado de nuevo, y con bastante intensidad, la controversia sobre la posible cooficialidad de la Llingua. Los partidos de izquierdas y la FSA han vuelto a poner sobre la mesa de las deliberaciones políticas una temática que parecía ya hibernada desde hace años. El Gobierno actual se muestra reticente, por no usar el adjetivo de reacio.

Y a uno, familiarizado con la historia de la cultura y de las religiones, le ha parecido, y le pareció siempre, que la lengua de los pueblos, más o menos desarrollada, tiene una importancia decisiva para la comprensión cabal de la vida y la historia de los mismos desde sus orígenes. En los hitos iniciales de las grandes culturas, las indoeuropeas, la persa, las africanas, las amerindias?, la religión, las estructuras sociales primarias y la propia lengua constituyeron siempre un constructo primordial muy poco o casi nada diferenciado, y transido todo él de sacralidad. La formación de las tradiciones primigenias y de los mitos de orígenes está vinculada siempre, o casi siempre, a la manera de expresarlas en sus propias formas lingüísticas elementales. La explicación bíblica del "misterio" de la diversidad de lenguas, dentro de los esquemas teóricos de una historia local de supuestos monogenéticos, resulta un llamativo ejemplo: "Todo el mundo tenía un mismo lenguaje e idénticas palabras [?] Bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que estaban edificando los humanos [?] Todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje [?] Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible [?] Bajemos, pues, y, una vez allí, confundamos su lenguaje. Y desde aquel punto los desperdigó por la faz de la tierra" (Génesis, 11, 1-8).

Las dificultades más o menos compartidas por los opositores de la cooficialidad, bien aireadas en la mayoría de los medios de comunicación, nos parecen endebles y, en ocasiones, malintencionadas. En una reunión política reciente de los órganos rectores del Partido Popular se dijo que debería rechazarse la cooficialidad porque resultaba muy cara y, además, porque era un instrumento eficaz del independentismo; y lo decían seguramente mirando de reojo a Puigdemont. El monto de esta operación lingüística ascendería, según ellos, a 60 ó 70 millones de euros: una cifra desorbitada y repetida miméticamente por sus corifeos y por muchos de los comentaristas de los medios que no han querido informarse con rigor ni tener en cuenta el comunicado oficial de la Academia de la Llingua en una relación de mediados de enero pasado que la cifraba en una cantidad inferior a los 20 millones.

Los responsables de ese partido, y no sólo ellos, vienen estableciendo desde hace algún tiempo un correlación directa entre lengua asturiana oficial y separatismo, sin querer mirar a Baleares, Galicia, el Vall d´Arán -incluso al País vasco en la actualidad- o a Valencia, donde se comprometieron decididamente con la defensa del valenciano frente al catalán cuando gobernaban allí.

Cualquier persona sensata de nuestra época, asturiana o no, que se asome a la prensa diaria o se siente ante el teclado de una computadora sabe de sobra que estamos en una cultura de impronta global en la que, como en una inmensa caja de resonancia, todo resuena enseguida y en la que cada acontecimiento de cierta envergadura repercute, a veces con notable intensidad, en todos los rincones del universo mundo. Pero para no perderse en ese magma universal y lleno de contradicciones, el sentido de pertenencia a una región homogénea, a un país, en definitiva, como el astur, constituye una especie de asidero, un modo de arraigo político-social y cultural imprescindible. Y el estado, en nuestro caso España, se configura como un instrumento de inserción más poderoso en ámbitos políticos mucho más grandes e influyentes como Europa; sin olvidar nunca que el mapa de los estados es siempre el resultado de violencia y de guerras. ¡Lástima que Europa, como unidad política, sea el complejo mosaico y resultado de un conjunto de estados y no de países o de patrias! Hoy por hoy, una bella e impensable utopía.

En esa toma de conciencia identitaria, fundante o básica, la lengua del pueblo, el asturiano, ocupa un lugar esencial. Para quienes la desprecian reduciéndola a la categoría de dialecto y la califican con cierto menosprecio de "bable", conviene recordarles que encontramos su gestación en documentos medievales, algunos tan importante como el Fuero de León, el Concilio de Coyanza o el Fuero Juzgo, cuando la castellana estaba también en sus primeros vagidos. En la actualidad cuenta ya con Gramática y Diccionario perfectamente elaborados por la Academia de la Llingua y una amplia literatura, y muy variada, desde el punto de vista de los géneros literarios. Algunas de las obras poéticas escritas en nuestro idioma no tienen nada que envidiar a las escritas en castellano, en otras lenguas oficiales de España o foráneas. Y un dato importante: según la última encuesta socio-lingüística, realizada el año pasado, sólo el 18 por ciento de los asturianos serían contrarios a la Llingua.

Muchos defensores tibios del asturiano se limitan a concederle el rango de "patrimonio cultural que debe cuidarse y protegerse". Con eso y con la ley de "Protección y uso" aprobada por el Gobierno regional, les parece suficiente. Pero deben saber que una lengua no es sólo para conservarla, sino para hablarla habitualmente y desarrollarla paulatinamente al hilo -al rodio- de las novedades de todo tipo que irán surgiendo, incluso las científicas. Y la única forma de hacerlo es mediante el reconocimiento y la declaración de cooficialidad. Una lengua que no sea oficial, que no tenga salida normal a los medios de comunicación, que no forme parte del entramado institucional, está condenada a convertirse en antigualla romántica, útil, eso sí, para los investigadores de gabinete y para que nuestros políticos queden bien en actos inaugurales, leyendo correctamente un folio que les han preparado? pero siempre residual, condenada a la muerte con el paso del tiempo y arrasada por el ímpetu de otras más poderosas como el propio castellano y, sobre todo, la lengua de la Gran Bretaña, que nos invade por todas partes y se ha convertido en una especie de deus ex machina inexplicable utilizada por todo ejecutivo que se precie, e incluso para sumar puntos en concursos y acreditaciones de funcionarios. Resulta curioso comprobar cómo hubo siempre "notables" pertenecientes al grupo de defensores tibios. Basta un vistazo a algunas de las crónicas medievales y del Renacimiento (Alonso de Cartagena o Rodrigo Sánchez de Arévalo, obispo de Oviedo [1457-1467]).

Convertir el asturiano en cooficial no supone, en modo alguno, una actuación gubernamental antidemocrática. En primer lugar porque es perfectamente constitucional, según el artículo 3.2 de nuestra Carta Magna, que prevé dicha categoría para las lenguas de las autonomías, sin que se haga ninguna excepción. Algunos de los "sabios articulistas oficiales" disparatan sobre lo inoportuno que sería, a partir de la cooficialidad, obligar a todo el funcionariado regional a estudiar y utilizar el asturiano en las diferentes áreas de la administración. No, no se trata de ese burdo objetivo con tonos de mal sofisma. Ni que la nueva impronta de nuestra lengua tenga que convertirse en excluyente para quienes pretendan ejercer la función pública, como pasa en Cataluña o en Galicia, al hacerla excluyente en unas oposiciones, por ejemplo, o concediendo "graciosamente" al futuro funcionario un perentorio plazo de uno o dos años para aprenderla. La cooficialidad del asturiano, en principio, tendría que adaptarse a la situación general de la autonomía. Tendría que tener una presencia más significativa en la Universidad y en los estudios de primaria y secundaria con una troncalidad progresiva siempre de más peso. La utilizarían indudablemente aquellos trabajadores que se ocuparan de actividades relacionadas con la Llingua.

Lo verdaderamente importante, lo decisivo del nuevo estatuto de la Llingua, cuando consiga el rango de cooficial, en definitiva, es la posibilidad reconocida pública y oficialmente de que todos pudiéramos acudir a las instituciones oficiales en nuestra lengua vernácula, como resultado natural de un uso habitual de la misma en la vida cotidiana, donde descubrimos, a buen seguro, que la lengua no es un conjunto de reglas gramaticales ni un vocabulario más o menos amplio, sino un universo de imágenes, de signos significativos, mediante los cuales se experimenta la hondura de la cultura popular, de nuestra propia cultura. Amén.

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