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El Día de la Mujer, en el pozo Sotón

El aprendizaje de la mina

Reconocimiento y admiración por la profesión minera. Es lo primero que a una se le viene a la cabeza cuando baja por primera vez al pozo. Comprobar, en nuestras propias carnes, la peligrosidad y penosidad del trabajo de los mineros, que desarrollan su labor en auténticas ratoneras que requieren en algunos casos de unas condiciones físicas extraordinarias, permite valorar cuán adversa es su atmósfera de trabajo.

Todo cambia a la altura de la planta décima del Sotón, en El Entrego, a 556 metros de profundidad, adonde bajamos un grupo de mujeres periodistas con motivo de los actos del 8-M en Hunosa, antes de inaugurar un espacio expositivo sobre la historia de la mujer minera. Un elevador lleva hasta las entrañas de la tierra. Dicen que hay sitio para 25, pero en aquella jaula suspendida todo comienza a comprimirse. Toca asegurarse de que las baterías de las lámparas de los cascos están cargadas. Suena un timbrazo. La máquina se pone en marcha. A una velocidad de cuatro metros por segundo las paredes de las galerías ni se ven. En cuestión de minutos se abre la jaula. Dicen que es la planta décima. Allí sólo mandan el silencio, la oscuridad, un cierto olor a humedad y una corriente de aire como si alguien se hubiese dejado una puerta abierta. Si una afina el oído, se aprecia un "siseo" en los muros de la galería que hace dudar sobre la seguridad de la experiencia. "Nunca pasó nada", dice un guía. El padre de otro falleció en el Sotón, pero nunca sintió angustia por volver. Sabía que su vida estaba allí. Primer aprendizaje: no existen creencias limitantes.

Segundo aprendizaje: acceder a una de las chimeneas, que debe de tener 1,60 de alto por 1,20 de ancho como mucho, rodeada de paredes de negro carbón, arrastrándose por momentos como un reptil, cuerpo a tierra, sirve de toma de conciencia sobre la dificultad del trabajo minero. Una vez arriba, engoladas en una tablilla de menos de 25 centímetros, con unos aparatos de seguridad colgando de la zona lumbar que pesaban unos cinco kilos y sosteniendo un martillo neumático de siete kilos en mitad de una nube de polvo de carbón irrespirable, en lo único que una piensa cuando comienza a picar es en cómo sería permanecer allí siete horas diarias y salir contenta y feliz.

No hay sueldo que compense esas condiciones. Vaya desde aquí nuestro reconocimiento y admiración a todos los mineros asturianos y españoles que se ganan la vida en condiciones extremas, donde el compañerismo es lo único que permite volver a bajar a picar al día siguiente. Tercer aprendizaje: el valor del trabajo de grupo.

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