«Si vuelve una riada como la de 1980, cuando el embalse todavía estaba bien, se crearía un tapón que en pocos minutos reventaría. Las consecuencias serían desastrosas, no sólo en Poncebos, sino en todo el curso río abajo. Todos los pueblos de la orilla del Cares se verían afectados». El empresario Ramiro Campillo Sadia lleva once años denunciando el riesgo que supone el estado del embalse de Poncebos, una «bomba de relojería», pues acumula toneladas de grava, cientos de rocas y los restos de un puente. Nadie le ha hecho caso hasta ahora, pero no está dispuesto a cejar en su empeño. Ha elevado una nueva denuncia a la Delegación del Gobierno en Asturias, que ha completado con un dossier fotográfico, en el que se observa cómo el embalse, perteneciente a una central eléctrica, ha perdido varios metros de calado en los últimos años.

Ramiro Campillo quiere aprovechar la cercanía de la catástrofe ocurrida el pasado día 12 en Arenas, cuando se desmoronó el canal de una central eléctrica, provocando la muerte de una mujer, heridas a tres personas y la destrucción de varios edificios del barrio de Llambrias. Campillo confía en que el recuerdo de esta tragedia haga que «alguien abra los ojos» y actúe «para que no tengamos que lamentarnos algún día».

El empresario defiende que la pérdida de calado del embalse de Poncebos -perteneciente a la misma empresa, E.On, titular de la conducción de agua que se desmoronó hace dos semanas en Arenas- supone un enorme riesgo en caso de riada. El embalse ha tenido una notoria transformación desde el año 1979, cuando comenzó un desprendimiento de rocas en su parte alta. Ese argayo ha ido provocando la caída de rocas durante años -aún continúa- y su acumulación, creando una presa natural.

En 1980 se registró la mayor riada conocida. El agua derribó el puente de la parte alta del embalse. Los restos de aquel puente aún están en el lecho del río, «haciendo de traba», destacó Campillo. «Todo esto impide que la corriente del río circule por el fondo del embalse, lo que ocasiona el amontonamiento de grava y afectando gravemente al control del nivel del embalse», añadió el empresario cabraliego.

Con el desprendimiento, según Campillo, también se vio afectada la salida de agua de las turbinas de la central, cambiando su salida natural, algo que la empresa nunca reparó, pese a que «cuando crece el nivel del río las turbinas no pueden desahogar», añadió Campillo. «Antiguamente, si el embalse crecía un metro, al abrir las compuertas un metro todo el embalse bajaba su nivel. Ahora eso no ocurre, porque el puente de Poncebos está prácticamente obstruido por la grava acumulada, que impide el paso de agua», declaró el empresario. El embalse está haciendo de «almacén de grava» y cuando desagua «esta grava rellena todo el lecho del río kilómetros abajo».

La solución pasaría, según Campillo, por arreglar el desprendimiento con un muro de hormigón, dejando salida al agua, y por dragar el embalse sacando todas las rocas y los restos del puente. «Hecho esto, el mismo río, en un invierno, dejaría el embalse como lo hicieron los antiguos ingenieros, que no eran tontos», añadió el empresario.