Soto de Dueñas (Parres),

Patricia MARTÍNEZ

En 1512 se firmó uno de los documentos que atestiguan el ocaso del monasterio de San Martín de Soto de Dueñas, hoy desaparecido por completo. El convento perteneció a la orden benedictina, al igual que los de Nava y Villamayor. El historiador y cronista oficial del concejo piloñés, Andrés Martínez, explica el nacimiento, vida y desaparición del monasterio parragués en ese contexto, el del valle del río Piloña.

Martínez es especialista en historia monástica medieval y considera que el origen del monasterio se debió a «la acción benefactora de una familia de mucho poder en la zona, los Álvarez de Asturias». Tanta fue la influencia del convento que la localidad donde se encontraba, Soto de Dueñas, debe su nombre a las dueñas, las «donnas», las monjas que allí habitaban y que llegaron a tener un gran poder.

En el siglo XIV se incorpora al patrimonio monástico el coto jurisdiccional, lo que significa que «la abadesa tiene toda la jurisdicción, civil y criminal, sobre los pobladores del territorio» que ocupaba el espacio del monasterio y tenía parte al otro lado del río. En aquel tiempo, ambas orillas del Piloña estaban comunicadas por un servicio de barca del propio monasterio.

De esta forma, la directora del convento «estaba capacitada para nombrar cada año al juez, al regidora, al procurador general, al alcalde y al depositario general», unos poderes que no todos tenían. Pero en la segunda mitad del siglo XIV llegaron los primeros problemas a Soto de Dueñas, durante el episcopado de Gutierre de Toledo. El religioso acusó a las monjas de «no observar las normas» y no vestir el hábito, salir a hablar a la puerta del convento y tener relaciones con hombres. Por este motivo, «las convoca en el monasterio de San Bartolomé de Nava junto con las de Santa María de Villamayor», describe Martínez.

Gutierre de Toledo recluye a las religiosas parraguesas en Nava, pero tiene «móviles económicos» derivados de sus problemas con los monjes del Císter en Villaviciosa. «Para que le prestaran obediencia y congraciarse con ellos, les entrega el monasterio de Soto», explica el historiador antes de añadir que en el siguiente episcopado cada orden vuelve a su casa.

Los maliayos regresan a Valdediós y las parraguesas a Soto de Dueñas, donde llegan al siglo XVI con una comunidad mermada en número y de avanzada edad. Entonces las visita Guillermo de Verdemonte, el siguiente obispo, y les propone unirse al monasterio vecino de Santa María de Villamayor. Allí se trasladan y viven con las rentas que aún les proporciona su casa.

El convento existe como tal mientras las monjas están vivas, pero «la comunidad benedictina de San Martín de Soto tiene su fin por consunción, se mueren», concluye Andrés Martínez. El monasterio de Villamayor pasa entonces a ser dueño de las propiedades de San Martín y empieza a explotarlo, un cambio documentado, por primera vez, en 1512.

El contrato que la abadesa del monasterio piloñés establece con un clérigo para que diga misa en San Martín es la primera y única prueba «que demuestra que el convento de Villamayor gestiona y administra el monasterio de Soto de Dueñas», relata el historiador. Este momento marca el fin de la comunidad parraguesa, cuyas propiedades y dominios pasan a otras manos. Pero aquellas dueñas duraron poco, pues en 1545 su monasterio también fue clausurado, y ellas unidas al convento de San Pelayo, en Oviedo. Desde la capital asturiana se empiezan a controlar entonces los bienes de Villamayor y Soto de Dueñas. Pocos años después, en 1558, se escribiría otro importante capítulo de la historia local, casi el único de esta parte que se puede ver en pie. La abadesa de San Pelayo, Toda Suárez, autorizó ese año «a los vecinos de Llames de Parres a llevar la cantería de la iglesia del convento -de estilo románico internacional-, siempre y cuando edificaran una iglesia bajo la advocación de San Martín», indica Martínez. Esta iglesia no es otra que la de San Martín de Escoto, cuyo apellido indica «ex coto», del coto de las dueñas, de las monjas.

El resto del trabajo de desaparición lo hicieron las leyes desamortizadoras del siglo XIX, que despojaron a la Iglesia de sus bienes para que el Estado los vendiera, y la construcción, en la primera mitad del siglo XX, de la nacional 634. La antigua carretera a Santander atravesó parte de aquellos terrenos que antaño fueron sede de una próspera y desconocida comunidad monástica.