Colunga/ Ribadesella,

Patricia MARTÍNEZ

Con el tiempo, muchos han fermentado más como leyenda que como suceso, pero en la primera mitad del siglo XX la comarca fue escenario de crímenes que estremecieron a la población. En las localidades colunguesas de Lue y Libardón y en la riosellana de Xuncu tres mujeres fueron asesinadas con diferentes móviles, unos crímenes que los periódicos de la época recogieron y que aún retumban en el recuerdo de algunos vecinos.

Es el caso de la muerte de Mercedes Fernández, una mujer de 72 años y vecina de Libardón a la que la historiadora Arantxa Margolles siguió el rastro en su libro «El crimen de ayer. Crónica negra asturiana 1900-1936», que se presenta el próximo viernes en Colunga. El asesinato de la anciana, que vivía sola, «generó pánico por todas las parroquias aledañas», relata Margolles, heredera de una historia familiar marcada por este crimen.

«Antes de regresar de Cuba, mi tatarabuelo había enviado una carta diciendo que volvía, pero nunca la recibieron. Cuando llegó, su mujer oyó los portazos a media noche y casi lo mata con el trabuco por el pánico que tenía. Era sobre 1929».

Un año antes, Mercedes Fernández, viuda y con todos sus hijos en Cuba, apareció muerta en la cama. La mujer recibía dinero de sus vástagos y, en lugar de gastarlo, «lo ahorraba y un poco presumía», explica Margolles, que acudió a diferentes periódicos para reconstruir el caso que más la impresionó de cuantos recoge en el libro.

«La descubrió una costurera que vio unas pisadas de madreñas hasta la puerta, que estaba forzada. La encontró estrangulada en la cama», relata la historiadora en un caso cuyo móvil era claramente el robo. Aquel suceso desencadenó una gran alarma social en la zona, donde abundaban las mujeres que vivían solas. «La presión fue tan grande que la policía se lió a buscar cualquier sospechoso y acabó encarcelada mucha gente, tuvieran o no pruebas», describe Margolles.

Apresaron a Bernardo García Collado, apodado «El Talín», el novio de la costurera, aunque su coartada resultó creíble. Tras él vino Félix Carús Suero, un vecino de Carrandi con mala fama y apodado «El Kaiserín», que en la fecha del asesinato había intentado embarcar hacia Cuba. La prensa se quedó con esta detención, a pesar de que nunca fue procesado, y dos años después detuvieron y juzgaron en Madrid a tres ladronzuelos contra los que había bastantes pruebas, pero esto no tuvo repercusión en Asturias.

Margolles también recoge en su libro lo acontecido en Lue en junio de 1913, cuando el indiano Enrique Suardíaz asesinó de dos tiros a la bella Carmina Rodríguez, sobrina del párroco Antonio Colado. La muchacha se pasó años negándose a salir con el mozo y, al volver éste de América, el rechazo desató su ira y desembocó en un crimen resuelto y que tuvo mucha repercusión. «Más quizás por haber disparado a un cura, que sobrevivió, que por haber matado a la muchacha», añade Margolles.

El de Xuncu (Ribadesella) es otro de los asesinatos cuyo eco aún permanece en la memoria de muchos vecinos. Sucedió el 14 de septiembre de 1949, cuando Enrique José M.R., apodado «Pinón» y Adelaida Vega Cardín, a la que llamaban «Telva», asesinaron a María González, de 85 años, conocida como «La Zamarra». La pareja «atendía y cuidaba a la mujer a cambio de los frutos y productos de sus tierras», según recoge el periódico «Voluntad» en 1960, fecha del juicio. Vecinos de Xuncu que aún recuerdan aquel episodio cuentan cómo se establecieron nada más acabar la Guerra Civil. Además, algunos les atribuían «contactos con Francia» y en una ocasión que la víctima se escapó confesó que tenían «hombres en casa».

El relato periodístico atribuye el asesinato a una discusión entre «Pinón» y «La Zamarra», tras lo que «le dio con el mango de una azada varios golpes en la cabeza que le ocasionaron fuerte contusión cerebral y que determinaron su muerte momentos más tarde». Sin embargo, en Xuncu se cree que la víctima supo más de la cuenta sobre la misteriosa pareja, que decidió acabar con su vida, ya que «no querían que nadie supiera lo que pasaba en casa». Tras el asesinato, «colocaron a la interfecta debajo de una ventana de la casa para simular un suicidio, marchando a continuación a Ribadesella, de donde regresaron por la tarde y fingieron sorpresa al ver a la anciana tirada en el suelo», relata el diario.

El aspecto estrambótico de «Telva», que llevaba una peluca rubia y una vestimenta muy llamativa, aún perdura en el recuerdo de muchos vecinos de Xuncu. También los tomates que secaban en el balcón y que los asesinos colocaron en las manos de «La Zamarra» para fingir que se había caído al cogerlos. Pero, sobre todo, permanece la imagen de la Guardia Civil pasando con la fesoria, el arma del crimen, manchada de sangre.