Pienso que 1916 fue el año clave para la creación de las escuelas graduadas de la villa riosellana, pues fue el año en que el Ayuntamiento se lanzó a la aventura de construirlas. Y decimos aventura porque en esos años el mundo estaba patas arriba con la Gran Guerra y los precios de todas las cosas, arrastrados por la creciente carestía del carbón (combustible básico de los ejércitos), estaban desquiciados. De hecho la obra se había calculado en 103.000 ptas en 1916 y cuando se acabó, en 1919, había costado más de 170.000, (o más de 200.000, si incluimos el solar, el proyecto, intereses y amortizaciones), dejando una gran deuda para el Ayuntamiento. El detonante que disparó la decisión de construirlas fue el providencial legado testamentario de 20.000 pts. dejado por Vicente Villar y Valle, fallecido en 1915, con el destino específico de construir escuelas en la villa, además de otras grandes cantidades para causas benéficas. Las otras dos patas en las que el Ayuntamiento se iba a apoyar eran, por un lado, una subvención estatal del 48% de la obra (50.000 pts.), y por otro, un empréstito conseguido en 1915 por el alcalde, Ramón Cifuentes. El empréstito -que no era un préstamo, sino una licencia al Ayuntamiento para avalar deuda pública- tenía un tope de 250.000 pts., aunque no se apuró hasta el final; de él se emitieron obligaciones por 86.000 pts. para construir el alcantarillado y por 31.000 pts. para las escuelas. El empréstito lo gestionó el Banco Herrero, entidad muy relacionada con Ribadesella por los veraneos aquí (primero de alquiler y a partir de 1919 con casa propia) de Ignacio Herrero Collantes, diputado en Cortes, marqués consorte de Aledo y consejero del banco por ser hijo de Policarpo Herrero, el fundador de la entidad en 1911.

La situación escolar de la villa a finales del siglo XIX era insostenible, pues la escuela de niños estaba instalada desde hacía más de cincuenta años en un caserón municipal de la Atalaya (en el solar donde hoy se levanta el palacete de Perla Cifuentes y José María Arechabala) y se caía a pedazos. El maestro, el muy combativo Valeriano Díaz Saraste, había denunciado varias veces que los retretes estaban en muy mal estado y que una viga del techo amenazaba con ceder. En 1901, cuando el Ayuntamiento acababa de ingresar el dinero de la venta del puente de madera (y cuando ya se estaban edificando magníficas escuelas en Collera y El Carmen, que dejaban muy atrás a la villa), exigió la construcción de las de la capital del concejo, a lo que el alcalde, el conservador Francisco S. de Fuentes, contestó que eran prioritarias las de Berbes, Cuerres, Ucio, Linares y Junco. Pero en 1904 intervino el rector de la Universidad de Oviedo, Félix Aramburu, pues en aquel tiempo era el rectorado el responsable técnico del aparato educativo. El republicano Aramburu, que ya venía mucho a su mansión de Ribadesella y sin duda conocería personalmente a Valeriano Díaz y simpatizaría con su reformismo educativo (y político), amenazó al alcalde con cerrar la ruinosa escuela de niños, por lo que el Consistorio se desperezó y se lanzó a buscar un local en condiciones.

Intentaron alquilar para escuela la casa natal de Agustín Argüelles en la Atalaya, que ahora era propiedad del indiano Vicente Villar, pero no pudo ser, y tampoco consiguieron instalarla en la Casa Consistorial, pues los padres se negaron a que los niños compartieran edificio con el calabozo. La cárcel, el juzgado municipal y el Consistorio estaban en el mismo caserón, en la actual calle del Sella. En 1905, por fin, desalojaron la ruina de la Atalaya y acomodaron la escuela en el primer piso de la casa nº 14 de la calle del Muelle, donde estuvo hasta 1912, año en que se trasladó a un edificio recién construido de Teresa de la Villa, viuda de Caso, en el que estuvo instalada hasta 1919, pagando una renta de 1.000 pts. anuales. En este último local tuvo después su sede el parrandero "Club de los IX" y, tras la guerra civil, la Casa Consistorial de la dictadura. La escuela de niños, gracias a la testarudez de Valeriano Díaz y a la inyección de moral que supuso la visita en 1912 del gran pedagogo Manuel Fernández Juncos, pasó en 1913 a ser graduada en tres secciones, tal como prescribían las modernas corrientes pedagógicas que se iban imponiendo en el mundo civilizado, y que en España estaban siendo abanderadas por la Institución Libre de Enseñanza y el krausismo.

Por su parte, la escuela de niñas estaba instalada en una casa de José Bernaldo de Quirós (suegro de la marquesa de Argüelles) al menos desde 1892, ya que en ese año la maestra Consuelo Misiones se quejaba al alcalde de las malas condiciones del local, pues en esa época eran los Ayuntamientos quienes debían cargar con el mantenimiento de las escuelas públicas y con el sueldo y la vivienda de los maestros. En esos años el arrendamiento del local de la escuela de niñas costaba 340 pts (bajo y primer piso), aunque en 1902, un año después del fallecimiento del dueño, su heredera, Adelaida Bernaldo de Quirós, lo subió. En 1906 ya estaba como maestra de niñas Lorenza Pérez del Peso, también muy activa luchadora por la enseñanza, que reclamaría mejoras e instalación de retretes, que no hubo hasta 1911, y de inodoros, de más calidad e higiene, que se instalarían en 1914. En 1915 fue autorizada a solicitar la graduación de la escuela en secciones, aunque para ello hubo que hacer obras que implicaron una subida de la renta a 1.000 pts. anuales, equiparándola a la de niños.

Las autoridades municipales, que en esa época estaban inmersas en operaciones urbanísticas e inmobiliarias que en ocasiones rozaban la pura especulación, no se daban mucha prisa por solucionar el problema de la enseñanza primaria en la villa. Las presiones de la Junta Local de Primera Enseñanza, liderada por Valeriano Díaz, Lorenza Pérez del Peso y Horacio Fernández (maestro de San Esteban y padre de Horacio Fernández Inguanzo) fueron logrando que el Ayuntamiento fuera dando pasitos en la buena dirección. Uno de ellos fue la compra, en 1905, de los terrenos de la Atalaya a Valentín Cárcaba (que años antes había sido secretario del Ayuntamiento), en los que se hizo un desmonte de 4.000 metros cúbicos para su explanación. Los terrenos se pagaron con un préstamo de 30.000 pts. que hicieron al Ayuntamiento Isidoro González y Teresa de la Villa, una mujer de negocios que no daba puntada sin hilo. Otro paso fueron las permutas de terrenos en la plaza de la Atalaya que hizo el Ayuntamiento con Villar y Valle, una en 1912, con el fin de ampliar el mercado de ganados, y otra en 1916, ya con su viuda, Asunción Valle, para ensanchar la calle de acceso al futuro grupo escolar. Tras ambas permutas se mejoraban los espacios públicos del entorno, aunque fue a cambio de la destrucción de la casa, la huerta y la panera de Agustín Argüelles, de la pérdida del camino de Guía y de concesiones de terreno municipal para el jardín privado de la viuda. Y otro paso, aunque para atrás, fue el encargo en 1910 de un proyecto de grupo escolar al gran arquitecto modernista Juan Álvarez Mendoza, el autor del casino de Llanes, que proyectó para las escuelas una obra de 82.500 pts., cobró 1.000 por sus servicios y se tiró el proyecto a la papelera. El definitivo sería redactado a toda prisa en 1916 por José Quesada Esplugas, autor en 1914 de la traza del chalet "Villa Rosario", en la playa riosellana.

El 28 de julio de 1916 se publicó la Real Orden por la que se aprobaba la subvención para el grupo escolar y todo se disparó. El alcalde, Ramón Cifuentes, había estado ausente en La Habana desde diciembre de 1915 hasta abril de 1916, así que el papeleo para la optar a la subvención, los trámites y el envío de los planos fueron gestionados por el primer teniente de alcalde, Manuel Caso de la Villa, hijo de Teresa Villa, militante en el reformismo político y tal vez uno de los mejores ediles que ha tenido nunca Ribadesella. Cuando falleció, víctima de la epidemia de gripe española de 1918, hasta sus adversarios reconocieron su categoría dando su nombre a la calle del Muelle.

Los tres años que transcurrieron hasta la inauguración del grupo escolar, en septiembre de 1919, fue una lucha constante contra el agotamiento de fondos, la inflación galopante y los parones en la obra por falta de dinero, como el que hubo que hacer en el invierno de 1917, que obligó a realizar obras auxiliares para proteger de la intemperie lo ya construido. El Ayuntamiento iba agotando las partidas previstas y tuvo que recurrir a una gran variedad de recursos adicionales, desde préstamos privados a créditos bancarios, pasando por la enajenación de viejos censos de la escuela de San Esteban de Leces o el hipotecado de propios municipales. La obra se realizó por administración y se puso al mando al depositario municipal y a un técnico seleccionado por concurso, Fernando Somoano Valle, aunque la viuda de Villar impuso a otro jefe cuando concedió un préstamo para poder acabar las obras. Sólo duró unos días en el puesto, pues Caso de la Villa, poco amigo del caciquismo, utilizó su prestigio en la Corporación para poner en el cargo a uno más competente. Sucedió en enero de 1918 y Ramón Cifuentes ya había dejado la alcaldía. Ahora estaba ocupada por Manuel Caso Mayor, que fue el alcalde al que le tocó inaugurar el grupo escolar el 7 de septiembre de 1919 con una modesta celebración, a tenor del poco gasto que se hizo en ella.

Las escuelas graduadas de la Atalaya dejaron un agujero en las arcas municipales, sin duda, pero dejaron también una huella en la formación de los muchachos riosellanos que pasaron por sus aulas hasta que cincuenta años después de su costosa construcción (qué poco tiempo para una obra tan grande) fueron cruelmente demolidas para levantar un edificio mucho más capaz, pero también mucho más anodino. Qué gran metáfora de los tiempos.