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"Andábamos de arriba abajo y no aparecían", relatan testigos de la galerna de Lastres

Supervivientes y familiares de los trece fallecidos al hundirse un barco en 1944, una tragedia recogida en una obra teatral, aseguran que "el dolor no lo quitó nadie"

Cristóbal Roza, "Quintín", en Lastres.

"¡Mira lo que vien ahí, manín del alma!". Lo que vio el maquinista y armador del "Gallito" aquella tarde del seis de septiembre de 1944 es lo que hoy su hijo, Cristóbal Roza, "Quintín", describe como "un semblante negro con rabuxos por debajo" que llegaba desde Gijón hasta la Punta del Olivo, ya en Lastres. "Yo noté que aquello no era bueno", explica "Quintín" cuando se van a cumplir sesenta y dos años de la tragedia que acabó con la vida de trece marineros locales. Eran los tripulantes del "Glorioso San Antonio", la única embarcación que no regresó a puerto de la docena que salió aquel día a faenar y desafortunada protagonista de la obra teatral "La Galerna", interpretada en el paseo de la iglesia de Lastres el 30 de julio.

"Quintín" tenía entonces quince años y llevaba sólo uno a la mar desempeñando labores de "cho", una forma local de llamar al grumete. Con él iba también su hermano, Ramón Roza, entonces con diecisiete años y otro de los supervivientes que pueden contar la galerna de primera mano. En Lastres queda, además, Simón Gallego, y también siguen vivos Carlos Busta Gallego (en Gijón) y Fermín Bárzana (en Villaviciosa).

Aquel día, en principio uno de tantos, habían salido veinticinco millas al nordeste de Lastres para ir al bonito la "Ana María", el "Gallito", "La Macarena", la "Pleamar", "El "Glorioso San Antonio", el "Mar y Pilar", la "Virgen del Buen Suceso" ("Pirulu"), el "María Dolores" ("La Piconera"), la "Gata" de Pastorela y el "Sama", de Duro Felguera.

Hubo quien se retiró para tierra antes "porque no picaba el pexe" y cuando cayó el temporal los pilló ya en la costa. "Quintín" iba a bordo del "Gallito", la mayor embarcación y con motor a vapor, una de las que alargaron la faena mar adentro. Pero entre las cinco y media y las seis de la tarde el viento empezó a anunciar aquel "semblante negro" del recuerdo de "Quintín".

"Como no teníamos bastante máquina para hacer frente al viento, en lugar de ir derechos a Carrandi, el punto de referencia, veníamos travesaos hacia Ribadesella", describe en un punto del relato en el que "ya había mucha marejada. Yo veía aquel viento y estaba un poco asustado". Al oscurecer su padre le mandó bajar al rancho de popa (una suerte de camarote) donde tenían una colchoneta "de hoja de maíz" en la que "Quintín" se quedó "medio durmiendo. Sobre la una de la mañana, calculo yo, un señor al que llamaban 'Mundo, el tuerto' me llamó para que encendiera el candil porque venía un barco", pues la máquina iba tan despacio que la dinamo no era suficiente para alumbrar. Era el 'Sama', que ya había recogido a la tripulación de la "Gata", una embarcación que se perdió.

En el "Gallito" rondaba la preocupación pero no había cundido el pánico y si había golpe de mar lo salvaban poniéndose en popa. A las dos horas de ver desaparecer al "Sama" escucharon a otro barco pitar, "La Piconera", que se dirigía a Santander. "Nosotros no teníamos máquina para regresar a Lastres y lo mejor era correr el temporal en popa hasta Santander", apunta "Quintín" poco antes de desvelar que al amanecer entraron en Puerto Chico, en la capital cántabra, donde los recibió el comandante de Marina. Pero no todos estaban a salvo, pues al poco tiempo recibieron noticias del "Pirulu¨ "que venía con avería y pedía remolque. Traían parte del aparejo amarrado por la popa para que la mar rompiera en él y poder ir navegando", una "astucia marinera" que quizás les salvó la vida.

Tanto en Lastres como en Puerto Chico el comentario era la lancha de "Lucianín" del Gallego, el armador del "Glorioso San Antonio". Recorrieron todos los puertos desde Santander en busca de alguna esperanza, "pero ya veían difícil que se hubieran salvado", lamenta "Quintín", quien esperó dos días junto al resto de la tripulación a que pasase el temporal. Mientras, en tierra, los lastrinos celebraban cada noticia de un barco más que arribaba a puerto al mismo tiempo que contenían la respiración pensando en los peores presagios para el "Glorioso San Antonio".

De los casi treinta huérfanos que dejó el hundimiento de la embarcación aún viven ocho y cada uno podría llenar páginas con su historia. La de Rosario del Gallego, todavía vecina de Lastres, fue la familia más golpeada, pues su padre (Luciano del Gallego) falleció junto a otros dos hijos (Eduardo y José), un hermano (Alfonso) y un sobrino (Andrés), además de perder la embarcación que sostenía la familia. En Lastres también viven Chucha y Matilde y Mercedines Busta, hijas de Filiberto Busta, y José Antonio Capellán, hijo de Alfredo Capellán; Pepe vive en Santander y Maruja Montoto, hija de Alejandro Montoto (abuelo del artesano naval Luis Montoto) reside en Zaragoza y es otra de las huérfanas de aquella tragedia que a Concha Rebollar, hija de Laureano Rebollar, pilló ya con 22 años y casada con un tripulante de "La Piconera", embarcación superviviente.

"Andábamos para arriba y para abajo, por los puentes, por el muelle, por el Penayu, por San Roque, y que no aparecían", relata Rebollar, quien fue a casa de su madre a rezar el rosario para pedir que el "Glorioso San Antonio" regresara a puerto. Ella era la última de cinco hermanos y a sus casi 93 años no se corta al decir que "las viudas quedaron jodidamente. Les dieron algo y a las que tenían hijos los llevaron a colegios", pero el dolor no lo quitó nadie. Concha Rebollar es una de las actrices que participó en la obra teatral "La Galerna" y durante los ensayos no pudo contener las lágrimas al escuchar llamar a los hombres para ir a la mar. "¡Laureano!", repite la nonagenaria, tal y como gritó aquel "rapaz de lancha" en la que fue la última madrugada de la tripulación.

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