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"Viña es un oasis", dice el exministro de Exteriores panameño Álvarez de Soto

El político veranea desde niño en el pueblo: "Hay que apoyar a los lugareños que cuidan la tierra para que la aldea no muera"

José Ángel López, María Ángeles Corteguera, Francisco Álvarez de Soto y María del Carmen Álvarez en Viña, ayer. C. CORTE

"Viña es un oasis". Lo dice Francisco Álvarez de Soto, exviceministro de Negociaciones Comerciales y exministro de Exteriores de Panamá.

El abogado, que veranea desde su niñez en esta localidad canguesa donde sus padres tienen una vivienda, destaca la belleza natural del entorno y tiene claro una cosa: que si el paisaje se conserva "así de bien" es gracias a la labor de vecinos como José Ángel López, el último ganadero que queda en activo. "Aquí llegaron a vivir medio centenar de vecinos hace dos siglos y ahora de continuo quedan cuatro. Es necesario apoyar a los lugareños que cuidan la tierra para que la aldea no muera", resaltó este doctorado en Estudios Legales Internacionales por la Universidad de Loyola (Nueva Orleáns).

Por eso, hace hincapié en la necesidad de mejorar infraestructuras como el camino que une el núcleo central de Viña con el barrio de La Teyera, donde además de varias fincas y la vivienda del octogenario Ángel Díaz, se encuentran las reses de Álvarez. "El que pasa a recoger la leche cada dos días no puede subir cuando llueve porque la vía es empinada y los vehículos resbalan", lamenta el ganadero.

Su mujer María Ángeles Corteguera y su hija Lucía, última en nacer en el pueblo hace 24 años, son junto con Díaz los únicos moradores habituales del pueblo, que en verano llega a cuadruplicar su población. Entonces, la visita de embajadores panameños de la ONU o de ministros del sureste de América Central son habituales. También de laureados deportistas como el piragüista Javier Hernanz, con el que la familia de Álvarez guarda estrecha relación. "Se quedan maravillados con lo limpia que está en la riega de Viña, en la que incluso se llegaron a avistar nutrias. Esto es un oasis para ellos", apunta el exministro, que planea la restauración de un molino de agua en Viña.

Sigue con atención la celebración de las Fiestas de Santiso, que se desarrollan cada 28 de enero en la capilla, donde una cabeza de obús de la guerra civil hace las veces de campana. La cita, más conocida como la fiesta de las naranjas, tampoco se la pierde María del Carmen Álvarez, que pasó los mejores años de su vida en Viña, aunque desde el fallecimiento de su marido hace un par de años ha puesto su casa en venta "por pena". "La gente viene con exvotos con forma de pie para pedir por la salud y al finalizar la misa los vecinos regalan naranjas a los asistentes", dice.

Además de por la fiesta de las naranjas, la localidad canguesa es famosa por otro motivo menos agradable: por el número de accidentes que acumula. "En cuanto caen dos gotas los vehículos que vienen de Ribadesella se ven en apuros. Sólo el año pasado habría como 30 accidentes y el último se registró en julio", explicó Mª Ángeles Corteguera, que muchas veces cumple el improvisado papel de técnico de emergencias. Los lugareños insisten en la necesidad de señalizar bien la peligrosidad del tramo de la vía N-634 que discurre junto a sus casas, limitar la velocidad de los vehículos y echar una capa antideslizante en la carretera. Y ya puestos, un cartel que ponga "Viña" a la entrada del pueblo.

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