El cambio climático alcanza ya incluso a la sima más profunda de España, la torca del Cerro del Cuevón, situada en Cabrales, en los Picos de Europa y que alcanza los 1.589 metros negativos desde el orificio de entrada. El "efecto invernadero" también empieza a registrarse en las entrañas de la Tierra: "va también hacia abajo, se está metiendo en las cuevas y eso provoca, por ejemplo, la presencia de nuevos microorganismos"señaló Raúl Pérez, del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), máximo responsable científico del proyecto "17 picos, 17 simas", que ha acercado hasta la torca del Cerro del Cuevón a un equipo multidisciplinar integrado por unas 80 personas y capitaneado por el espeleólogo, montañero y bombero toledano Carlos Flores.

Los científicos han encontrado en el corazón subterráneo de los Picos concentraciones de metano elevadas, mucho más de lo que esperaban, y evidencias de que la actividad humana no solo perjudica a la atmósfera, sino también al subsuelo El proyecto, ideado para tres meses, se ha prolongado durante tres años por las enormes dificultades que entrañó el descenso a la sima más profunda de España, una de las más peligrosas del mundo. Como en otros once puntos de la península se colocaron en la torca sensores de temperatura -una docena-, que registraron un dato cada treinta minutos desde 2015. Ahora los científicos deben interpretar los registros, que servirán para conocer cómo funcionan los terremotos y su relación con las emisiones de gases, así como para elaborar estudios de preligrosidad y quizá hasta para predecir seísmos.

Entre las sorpresas que hallaron los expertos destaca que la temperatura es más baja a doscientos metros que a mil, algo que intentarán explicar y que quizá tenga que ver con las corrientes de aire. O con las corrientes de agua. Por aquel abismo discurre el río más profundo de España, a 1.500 metros negativos, el que los espeleólogos franceses que lo descubrieron llamaron Marbregalo. Dado que la torca desciende hasta situarse por debajo de Bulnes, quizá ese río desemboque en el Cares. Más sorpresas: una incógnita (un agujero) a 1.500 metros de profundidad, que tiene potencial para hundirse hasta los 1.800. El año próximo, cuando el equipo acuda a retirar las cuerdas y los vivacs utilizados en el descenso y a dejar la cueva limpia, se estudiará esa zona de la torca.

"Fue una aventura impresionante, como debieron ser las de los exploradores del siglo XIX cuando buscaban meridianos y paralelos", comentó ayer Raúl Pérez. Una aventura al estilo del "Viaje al fondo de la Tierra", de Julio Verne. "A veces esperabas ver hongos gigantes y pterodactilos volando", señaló con gracia. Y eso que él "solo" descendió algo más de medio kilómetro. Los que llegaron al fondo fueron Carlos Flores y Bernat Escrivá.

Fue también peligrosa. Hasta los 380 metros aquello parecía "una montaña rusa", señaló Flores, pues había continuas subidas (hubo que escalar mucho) y bajadas. Después, el frío, la humedad, el agua, las cascadas, el barro... "Cuando te mueves sientes menos el frío, pero cuando te paras es tremendo", añadió.

Uno de los participantes , Daniel Llorach, se cayó el pasado agosto de una repisa a 900 metros de profundidad y se rompió el peroné. Salió por su pie, ayudado por Carlos Flores. Más: hay quien ha pasado cinco días con sus noches bajo tierra, y sin contacto con el exterior, claro. "Se descansa mal, se pasa mal", señaló Flores. Y se come mal: "comoda deshidratada, como la de los astronautas de la NASA, con la que el estómago sufre", añadió.

Ha sido necesario "muchísimo esfuerzo y trabajo de decenas de personas" (fueron bajando en grupos de cuatro o cinco personas y montando campamentos para los que llegaran por detrás), pero todos coinciden en una cosa: "Mereció la pena".