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Rafael Castejón y Pepa Rosado, mejores actores de zarzuela, protagonizaron quizás el momento de mayor ternura de la velada, al recuperar juntos muchos años de vida escénica. Galimberti demostró sus dotes como monologuista en un ácido repaso a la dura vida del artista. Al grito de «los gordos también tenemos talento», criticó la excesiva importancia del aspecto físico en la ópera actual, la presión de las audiciones y la inutilidad de muchos representantes.

El trabajo escénico de Marina Bollaín fue clave para conseguir que la trama de la gala no decayese, y tras el cambio de vestuario de la maestra de ceremonias, llegó el turno de premiar a la que, según el jurado de estos premios -compuesto por la plana mayor de la crítica musical a nivel nacional-, ha sido la mejor cantante femenina de ópera en 2008. Adrianne Pieczonka se arrancó con un aria de la opereta «Giuditta».

La soprano canadiense dio vida a la letra del aria al coquetear con Jordi y Orfila, y recorrió el escenario de la gala, obra de Elisa Sanz y compuesto por una sencilla escalera blanca y una enorme pantalla. Sobre ella se proyectaron las imágenes de la ganadora al premio a la mejor producción, la coproducción del teatro Real de Madrid y del Liceo de Barcelona sobre «Death in Venice» de Britten. Los directores de ambos teatros, Miguel Muñiz (Real) y Joan Francesc Marco (Liceo) recogieron el galardón.

En el Campoamor estuvieron también los responsables de otros de los teatros y temporadas líricas del país, como el Villamarta de Jerez, la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO-OLBE), el Calderón de Valladolid, el teatro de la Maestranza de Sevilla o el Festival Mozart de La Coruña. En representación del Ministerio de Cultura acudió la subdirectora general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), Marta Cureses, y el viceconsejero de Promoción Cultural y Política Lingüística, Jorge Fernández León, acudió en nombre del Gobierno del Principado. El Ayuntamiento de Oviedo acudió casi en pleno. La luz jugó un papel esencial, en un trabajo firmado por Alfonso Malanda, al que ayudaron las bolas de espejo instaladas por todo el teatro, típicas de las discotecas de los setenta. Invisible en el foso, pero imprescindible en el sonido, la orquesta Oviedo Filarmonía.

Krzystof Warlikowski, tímido ante los aplausos, optó por el blanco para recoger su premio como mejor director de escena, en una producción de «El caso Makropulos», que unió a Marilyn Monroe con King-Kong sobre el escenario del teatro Real. También de Janacek el título por el que el maestro Jiri Belohlavek recibió el galardón a la mejor dirección musical, por «Katia Kabanova».

Y si las actrices actuaron, los cantantes con los que presentaron la gala cantaron -Orfila, el aria de don Profondo en «Il viaggio a Reims», y Jordi, un fragmento de «Lucia di Lammermoor», con bravos para ambos- antes de que Mirna Lacambra agradeciese emocionada el premio a la Asociación de Amigos de la Ópera de Sabadell por sus 27 años de trabajo «por el camino de la felicidad», el de la lírica.

Christa Ludwig recibió la mayor ovación de la noche, en homenaje a toda una vida dedicada a la ópera. Ella no cantó, pero sí habló, para agradecer este reconocimiento. Ella recibió la última estatuilla, y para cerrar la fiesta todos los galardonados se unieron a la mezzosoprano alemana para recibir una lluvia de confeti al son de los aplausos que despidieron la ceremonia.