Ya se apagaron los ecos de la fiesta, con la Balesquida con todo recogido hasta el año que viene y la Ascensión replegando el espectáculo callejero, bien lucido bajo el sol.

La feria de la Ascensión se divide ahora en tres, por un lado, la verdadera feria de ganado, que salió al concejo vecino de Llanera, creemos que para no volver, y por otro, el revival que supone la vuelta al campo, ahora que el campo no existe, cuando convertimos en museable todo lo que vamos perdiendo. Y este espectáculo nuevo, este Mercáu astur, ingenioso y exitoso invento, llenó la zona de la Catedral y Porlier, el corazón de la ciudad, por un lado y por otro, se encaramó en la losa de Renfe, donde una fauna curiosa y variopinta, entre otras muchas cosas, servía de lección viva de historia natural para grandes y pequeños.

La Losa ejerce ahora, de vez en cuando, el papel de recinto ferial que podíamos tener desde hace años de haber prosperado el proyecto de Gamazo. Ahora que la ciudad va a dar un vuelco con doble pirueta con la mudanza del Hospital, sería bueno dedicar en lo que quede libre un espacio generoso para estos usos múltiples, pero ya verán cómo no.

Y quien habla de fiestas debería hablar de barracas. Lejos los tiempos de los caballitos de subir y bajar de los lujosos Circuitos Carcillé, con sus espejuelos, lejos La Ola y los coches de choque, las barracas de Oviedo rodaron por la ciudad tanto como la feria de la Ascensión, a la que van unidas en el recuerdo. Desde los tiempo de la calle Calvo Sotelo para acá, las barracas están en cuarto menguante en la ciudad, y es posible que las nuevas generaciones no las echen de menos, hechas a otras diversiones.