Candela MARCOS

«La calle es el problema, la calle es el desarraigo, la calle es el alcohol». Son palabras de Ramón, uno de los educadores sociales del albergue Cano Mata-Vigil de Oviedo. En este centro conviven personas de diferentes puntos de España, con diferentes problemas, pero con un punto en común, el techo o, mejor dicho, su ausencia.

Las personas que viven en la calle no sólo buscan un lugar donde dormir a cubierto. En muchos casos buscan que alguien les brinden la ayuda que necesitan para salir del mundo en el que viven. Para llevar a cabo esa labor hay personas como las que trabajan en el albergue Cano Mata-Vigil. Al centro llegan a diario hombres y mujeres. «Algunos son ya conocidos y sabes qué debes hacer con ellos, pero otros llegan por primera vez y es el momento de ver si sólo quieren arañarle unos días al frío que soportan durante el invierno o si quieren que alguien les ofrezca una mano para devolverles la sonrisa». El albergue Cano Mata-Vigil dispone de lo que ellos llaman un observatorio que se encarga de ver si pueden trabajar con alguno de los nuevos «inquilinos».

La labor principal del centro es la educadora y la de la integración social de aquellas personas que acuden a las dependencias. Desde el centro se les atiende en los ámbitos básicos: higiene, salud, familia y se ayuda en la búsqueda de trabajo a quien quiera. «Sería más fácil cogerles de la mano y llevarles hasta los sitios donde deben ir», comenta Ramón. Pero no. El Cano Mata-Vigil fomenta que las personas que están siendo ayudadas hagan las cosas por sí solas. Se les orienta y se les vigila para que las realicen, pero se deja bajo su responsabilidad el llevarlas a cabo o no. «No están acostumbrados a unos horarios y se les hace muy difícil», pero saben que para ellos es necesario desempeñar estas tareas. Tal vez la forma en la que llevan a cabo su labor no sea la más fácil para conseguir buenos resultados, pero «se saca gente adelante». Claro ejemplo son Sandra y David, dos de las personas que actualmente están en el Cano Mata y que a pesar de que no tienen todo el camino andado van hacia delante y la ayuda que se les ofrece en este centro les está sirviendo.

Dentro del albergue Cano Mata-Vigil se llevan a cabo tres proyectos en los que atienden a las personas a niveles distintos: el primero el de transeúntes, donde las personas que acuden tienen tres días de estancia, una cama, comida y lavandería. Es en este proyecto donde el observatorio se pone en marcha. «Aquí se ve quién quiere sólo un techo para dormir y si puede arañar un día o dos mejor, y quién quiere ayuda». El segundo, la casa de acogida, consiste en una estancia media o larga. Aquí ya se tiene un perfil de la persona en cuestión, se conocen sus problemas y se comienza a trabajar con ella de forma individual. Dentro de la casa de acogida no existe un tiempo límite para quedarse. Si ven que alguien de verdad intenta salir adelante, conseguir un trabajo o que está luchando para salir de sus problemas, puede quedarse el tiempo que necesite. «Si alguien tiene una cita médica en seis días y sólo le quedan tres para dormir no vas a echarle, le dejas que se quede y vigilas que acuda». Eso sí, «hay que apretarles un poco para que no estén por estar», resume Ramón. Dentro de esta casa también tienen cabida personas con un trabajo pero que dan el perfil para estar en la casa de acogida, son las llamadas por el albergue personas de «empleo activo». El tercer proyecto, los apartamentos de familias, sólo lleva un año en funcionamiento, pero los tres pisos ya están ocupados. Están destinados a familias en situación de urgencia, bien por desahucio, bien porque se incendiara una casa o bien porque no tienen recursos.

Además de todo esto, cuentan con un centro de día, donde cualquier persona que se encuentre en la calle puede acudir a pasar el día, pero no a dormir. Allí realizan todo tipo de actividades, se les da café, se les motiva para que intenten salir adelante y se controla a los que pasan la noche en Calor y Café. Dentro de las actividades que desarrollan se sienten especialmente orgullosos de una, el partido de fútbol sala que tienen los del albergue contra los del centro de día.

Lo único que se les pide cuando llegan a la casa de acogida es que se comprometan con las normas, que desarrollen las actividades como los demás y que tengan verdadera intención de conseguir un trabajo y solucionar sus problemas. El deseo de salir adelante lo es todo en estos casos. La lucha es dura y el camino complicado. Si uno no está verdaderamente convencido de querer salir, la ayuda que le ofrecen en este albergue y en otros centros similares no servirá de nada.

Los educadores del centro están acostumbrados a ver llegar a todo tipo de gente, pero desde que comenzó la crisis el perfil del usuario del albergue ha cambiado. Aquellas personas con empleos débiles y que lo perdieron inundan ahora centros como éste. Además, desde hace un tiempo cada vez hay más gente joven que llega. «Ahora vemos a muchas personas nuevas que llegan a la puerta», dice Ramón. Quien demande ayuda siempre encontrará la puerta de este albergue abierta, no existe descanso, los problemas no cierran por vacaciones.